El cielo se ha llenado de adoración. El Cordero fue declarado digno de abrir los sellos (Apocalipsis 5:9-12). Los santos sufrientes han clamado justicia (Apocalipsis 6:9-10). Una gran multitud ha salido de la gran tribulación, alabando a Dios por su salvación (Apocalipsis 7:9-10). Pero cuando se abre el séptimo sello, se hace el silencio. Parece que no ocurre nada.
Este silencio no es ausencia, es anticipación. El silencio que precede al séptimo sello indica el peso de lo que se aproxima: Dios está a punto de responder a las oraciones de su pueblo.
Para la iglesia sufriente, esto debió parecer una larga pausa. Juan, que se identificó como “vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación” (Apocalipsis 1:9), sabía lo que significaba esperar en la aflicción. A las siete iglesias, que sufrían persecución (Apocalipsis 2-3), se les prometió recompensa si perseveraban. Sin embargo, en sus pruebas, se preguntaban cuándo llegaría la liberación. De la misma manera, cuando oramos y no vemos una respuesta inmediata, podemos sentirnos como en silencio. Pero las demoras de Dios no son sus negaciones: Él no hace una pausa por negligencia, sino con un propósito.
Este momento en el cielo es el silencio que precede a la tormenta. Las oraciones de los santos están a punto de ser escuchadas (Apocalipsis 8:3-5). Dios ha escuchado cada clamor, ha visto cada lágrima y ha recordado cada súplica. “¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?” (Lucas 18:7). Cuando parece que no pasa nada, Dios ya está actuando.
Si te encuentras en un momento de espera, anímate. El silencio no significa que Dios se haya olvidado. Él se está preparando para actuar, y su tiempo es perfecto. Sigue orando. Sigue confiando. El silencio no durará para siempre.