En este pasaje, los dos testigos representan la Ley y los Profetas - la Palabra de Dios testificando de Jesús como el Mesías. Jesús mismo dijo: “Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él.” (Juan 5:46). La Ley, dada a través de Moisés, y los Profetas, que predijeron al Mesías, juntos dieron testimonio de Cristo.
Pero, trágicamente, Jerusalén rechazó ese testimonio. La misma Palabra que señalaba su salvación se convirtió en la evidencia que los condenaba. Jesús lo advirtió cuando dijo: “la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.” (Juan 12:48). Al rechazar la Palabra de Dios, el pueblo de Israel se opuso a la verdad, y esa verdad acabó testificando contra ellos.
El poder de estos testigos es sorprendente. Como Moisés, podían convertir el agua en sangre. Como Elías, podían llamar al fuego y cerrar los cielos. Estas señales reflejan que la Palabra de Dios es fuente de vida y advertencia de juicio. Cuando se cree en ella, la Escritura trae la salvación. Cuando se rechaza, se levanta como testigo contra nosotros.
Esta realidad es alarmante. La Palabra de Dios no es neutral; o nos lleva al arrepentimiento y a la vida, o confirma nuestra rebelión y nos condena. Como escribe el autor de Hebreos: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. “ (Hebreos 4:12).
Hoy, deja que la Palabra de Dios te hable. No te resistas a su verdad. Por el contrario, cree en Aquel a quien te dirige -Jesucristo- y camina en su luz.