Este pasaje presenta una realidad estremecedora: los que rechazan a Jesús se enfrentarán al juicio eterno. La advertencia del ángel es clara: la ira de Dios se derramará con toda su fuerza sobre los que adoren a la bestia. Sin embargo, lo que llama la atención es que este tormento ocurre “delante de los santos ángeles y del Cordero.” El infierno no es un lugar donde los condenados son separados de Dios por completo, sino más bien donde se enfrentan a Su implacable justicia sin ninguna cobertura de gracia.
Esta verdad se hace eco de la enseñanza de Pablo en Romanos 9:22-23, donde la paciencia duradera de Dios con los “vasos de ira” sirve para revelar Su gloria más plenamente a los “vasos de misericordia”. Así como la misericordia de Dios engrandece su gracia, su justicia engrandece su santidad. Para los creyentes, esta realidad profundiza nuestra gratitud: nuestra salvación no es simplemente un escape del castigo, sino un don que nos permite contemplar Su gloria en el amor y no en la ira.
Para quienes confían en Cristo, este pasaje es a la vez un consuelo y una llamada a la acción. Nos alegramos de la misericordia que hemos recibido, pero también se nos recuerda la urgente necesidad de proclamar el Evangelio. El juicio es real, y los que persistan en la rebelión sólo conocerán Su ira. Nuestra misión es clara: señalar a los pecadores al Cordero que ofrece misericordia ahora, antes de que llegue el día en que sólo quede Su justicia.