El mensaje de Apocalipsis 14 se ha ido construyendo hasta llegar a este momento. El llamamiento a la resistencia (v. 12), la bendición de los que mueren en el Señor (v. 13), y ahora la cosecha, un acontecimiento que se hace eco de los temas más amplios del libro. Más que un juicio final, este pasaje parece volver a narrar los acontecimientos de los once primeros capítulos, esta vez haciendo énfasis en las realidades espirituales que subyacen a la caída de Jerusalén en el siglo I y al surgimiento del reino de Cristo en la tierra.
Hay dos cosechas en este pasaje. La primera, llevada a cabo por el Hijo del Hombre (el nombre favorito de Cristo para sí mismo basado en Daniel 7), reúne a Su pueblo-aquellos que permanecieron fieles a Dios. Este momento refleja el sellamiento de los 144.000 en Apocalipsis 7, asegurando que el pueblo de Dios fuera apartado antes de que cayera el juicio. Esta cosecha es la de la redención, el cumplimiento de la promesa de Cristo de establecer su reino.
Pero la segunda cosecha es aterradora. El ángel encargado del fuego ordena reunir a los impíos en “el gran lagar de la ira de Dios” (v. 19). La imagen es violenta: la sangre fluye tan alta como la brida de un caballo y se extiende a lo largo de kilómetros. Es un eco de Isaías 63:3-6 y Joel 3:13, donde Dios pisotea a sus enemigos en juicio. Así como la sangre de Egipto cubrió una vez las montañas en la profecía, así también los enemigos de Dios en Jerusalén cosecharon la plenitud de Su ira.
Los justos son salvados por la misericordia de Cristo, y los impíos son aplastados por Su ira. Aunque este pasaje se refiere principalmente a la caída del antiguo pacto y al establecimiento del reino de Cristo, su verdad resuena a través del tiempo. La justicia de Dios permanece constante: su misericordia redime a los fieles y su ira destruye a quienes se le oponen.
Para los creyentes, este pasaje es a la vez una advertencia y un consuelo. Nos asegura que el mal no quedará sin castigo, pero también nos insta a permanecer firmes. La siega no es sólo un acontecimiento futuro, sino una realidad que se desarrolla en la historia y en cada generación. Que seamos contados entre el trigo, recogido por el Hijo del Hombre, y no entre las uvas de la ira, destinadas al juicio.