Al derramarse la segunda copa, vemos un sorprendente eco de la segunda trompeta (Apocalipsis 8:8-9), ahora llevada al cumplimiento del juicio completo (Apocalipsis 15:1). El mar, a menudo símbolo del mundo gentil en la imaginería bíblica (compárese Daniel 7:2-3), se convierte en muerte. Lo que antes parecía rebosante de poder y vitalidad se revela sin vida: “sangre como de muerto;”.
Este juicio revela el destino de un mundo que ha rechazado a Cristo. Jerusalén, que se había alineado con Roma, declaró: “No tenemos más rey que César” (Juan 19:15). Pero el mismo poder que abrazó -Roma- se convirtió en el instrumento de juicio de Dios. El orden de la antiguo pacto fue destruido, el templo quedó desolado y el centro del rito judío quedó en ruinas. El mar en el que confiaban se convirtió en muerte para ellos.
Así como las llagas de la primera copa revelaban la corrupción interna, esta segunda copa muestra los sistemas externos del mundo tal como son: espiritualmente muertos. Sin embargo, en medio de esta decadencia, el Reino de Cristo permanece inquebrantable. Roma, antes temible adversario de la Iglesia, es ahora polvo y memoria. Pero la Iglesia -el verdadero Templo del Dios vivo- permanece.
Que esto nos recuerde que ningún reino mundano ofrece vida. Sólo Cristo, el Rey de reyes, trae el poder de la resurrección. Su reino no pasa, sino que crece, incluso a través del juicio, incluso a través de los momentos más oscuros de la historia. Como pueblo suyo, no avanzamos con la fuerza de los imperios, sino con la espada del Espíritu y la Palabra de Dios.