A medida que se derraman las copas de la ira de Dios en Apocalipsis 16, la tercera se dirige a la fuente de la vida: el agua. Lo que una vez fue para refrescar, ahora se convierte en sangre. Este juicio es un reflejo de la tercera trompeta (Apocalipsis 8:10-11), pero aquí el mensaje se intensifica y personaliza: los que han derramado la sangre de los siervos de Dios ahora reciben sangre para beber a cambio.
Este juicio no es arbitrario. El ángel sobre las aguas -un representante de la creación misma- proclama la justicia de Dios. El altar, donde residen las oraciones y los gritos de los mártires (Apocalipsis 6:9-10), se hace eco de esta declaración. Todo el cielo está de acuerdo: El juicio de Dios es justo y merecido.
Este momento pone de resalte una profunda verdad: Dios es glorificado no sólo en la misericordia, sino también en la justicia. Como nos recuerda Romanos 9:22-23, la ira de Dios contra los “vasos de ira preparados para la destrucción” engrandece la misericordia mostrada a los “vasos de misericordia”. Su santidad se exhibe cuando el mal es expuesto y castigado.
Los que rechazan el Agua Viva -Cristo mismo (Juan 4:10; 7:38)- buscando satisfacción en los sistemas del mundo, sólo encuentran amargura y muerte a cambio. Su rechazo de la verdad no conduce a la libertad, sino al juicio. Mientras tanto, al pueblo de Dios se le recuerda que la Palabra que proclamamos es vida para unos y testimonio de juicio para otros (2 Corintios 2:15-16).
Por tanto, sigamos proclamando con valentía el Evangelio, no sólo como una llamada a la salvación, sino como un testimonio de la gloria de Dios, tanto en misericordia como en justo juicio.