El nombre Armagedón se ha convertido en sinónimo del fin del mundo, pero su verdadero significado es mucho más sobrio y específico. “Armagedón” es un compuesto hebreo: Har-Megiddo, o “Monte Megiddo”. Pero hay un detalle: no hay ninguna montaña en Megido. Megiddo es una llanura baja, no un lugar alto. Esto indica algo más profundo: se trata de geografía simbólica, no de terreno literal.
Megido fue el lugar de grandes derrotas para el pueblo de Dios. Lo más famoso es que el rey Josías, uno de los reyes más fieles de Judá, fue asesinado allí después de ignorar la advertencia de Dios de no enfrentarse al faraón Neco (2 Crónicas 35:20-24). Fue un lugar de insensata confianza e inesperada tragedia. Desde ese punto de vista, Armagedón se convierte en un poderoso símbolo, no del precipicio global, sino del fracaso espiritual y el juicio divino.
Apocalipsis 16:15 acababa de recordar a los lectores que “permanecieran despiertos”, haciéndose eco de la advertencia de Jesús a los discípulos para que huyeran cuando vieran Jerusalén rodeada de ejércitos (Lucas 21:20-22). Muchos cristianos fieles hicieron caso de esa advertencia y escaparon cuando Vespasiano retiró sus ejércitos. Pero cuando Tito regresó, Jerusalén redobló su arrogancia, destruyendo sus propias reservas de alimentos en una confianza religiosa, confiando en que Dios los liberaría de nuevo.
Pero no fue liberación, sino juicio. El Apocalipsis identifica a Jerusalén como “la gran ciudad” y la llama “Babilonia” (Apocalipsis 11:8; 17:5, 18). Cuando los ejércitos romanos se reunieron de nuevo, fue Jerusalén, y no Roma, la que quedó bajo la ira de Dios. Y así Armagedón -el “Monte de Meguido”- se convierte en el Monte del Fracaso. El Monte del Templo, una vez el símbolo de la morada de Dios, ahora resonaba con los sonidos de la destrucción.
Al igual que Meguido fue el trágico final de Josías, el rechazo de Jerusalén a Cristo provocó su propia caída. Esta es la lección del Armagedón: cuando nos resistimos a la Palabra de Dios y nos aferramos a falsas esperanzas, convertimos la tierra sagrada en la zona cero. Que nos mantengamos alerta, nos aferremos a Cristo y nunca confundamos el celo religioso con la verdadera obediencia.