Apocalipsis 17 marca un cambio en la visión de Juan: de plagas y copas a personas y lugares. Las imágenes se profundizan cuando se nos presentan dos mujeres simbólicas, cada una de las cuales representa una ciudad y una realidad espiritual.
La primera mujer se llama Babilonia la Grande, la madre de las rameras. Ya hemos visto indicaciones de que Babilonia es un nombre en clave de la vieja Jerusalén. Jesús mismo había advertido que la sangre de todos los profetas sería requerida de esa generación (Mateo 23:34-36), y aquí Juan la ve borracha con la sangre de los santos. Esta visión se inspira directamente en las imágenes de los juicios de las copas anteriores, donde la ira de Dios se derrama por la sangre derramada por los que rechazaron a Sus mensajeros.
Esta mujer está sentada sobre una bestia que simboliza el Imperio Romano. Es una imagen cruda: Jerusalén, antaño la ciudad de Dios, se ha aliado con el poder mundano. Su traición no es sólo política, sino profundamente espiritual. Ha abandonado su papel en el pacto y se ha convertido, a los ojos de Dios, en una ramera.
Esta imagen prepara el escenario para el contraste que Juan va a desplegar. La segunda mujer -la Novia de Cristo, la Nueva Jerusalén- es todo lo que la primera no es: pura, fiel, adornada para su esposo (Apocalipsis 21:2). Donde una derrama la sangre de los santos, la otra está edificada sobre su testimonio.
Dios toma en serio la infidelidad. La prostituta sobre la bestia nos recuerda que cuando el pueblo de Dios abraza la idolatría y se alía con los poderes del mundo, sobreviene el juicio. Sin embargo, incluso en el juicio, Dios está preparando una Novia, un pueblo fiel que morará con Él para siempre. El Apocalipsis pregunta: ¿a qué ciudad perteneces?