En Apocalipsis 17:7-14, Juan recibe una explicación angélica de las visiones que acaba de ver. La bestia que vio Juan es descrita como una que “era, y no es, y está a punto de subir del abismo” (Apocalipsis 17:8). Esta fórmula retorcida se hace eco y se parodia del nombre divino de Dios, “que es y que era y que ha de venir” (Apocalipsis 1:8, RV), revelando a la bestia como un dios falso.
Las siete cabezas se identifican como siete montes, señalando inequívocamente a Roma, el centro imperial del poder. También simbolizan a siete reyes, empezando por Julio César. En el momento de escribirse el Apocalipsis, habían caído cinco emperadores, reinaba Nerón y pronto llegaría Galba, que gobernó sólo brevemente. Sin embargo, incluso después del corto reinado de Galba y el caos del “año de los cuatro emperadores”, Roma persistiría -herida pero no destruida- mientras el octavo rey continuaba con el mismo gobierno corrupto.
Los diez cuernos representan a los gobernantes provinciales aliados con la bestia, que comparten la autoridad durante “una hora” (Apocalipsis 17:12), un duro recordatorio de la temporalidad del poder mundano. Estos gobernantes se unen para hacer la guerra al Cordero, pero sus esfuerzos están destinados al fracaso, porque “el Cordero los vencerá” (Apocalipsis 17:14).
Esta visión revela la visión que Dios tiene de los imperios humanos: bestiales, violentos y temporales. Exigen lealtad y prometen seguridad, pero en última instancia conducen a la destrucción. Jerusalén eligió trágicamente confiar en el César en lugar de en Cristo, gritando: “No tenemos más rey que el César” (Juan 19:15). Aquí se nos advierte que no pongamos nuestra esperanza en los poderes terrenales, sino en el Cordero que vence y cuyo reino es eterno.
¿Dónde está hoy tu confianza: en los reinos de los hombres o en el Rey eterno?