En el pasaje de hoy, seguimos oyendo hablar de la caída de “Babilonia”, la ciudad que hemos llegado a entender como la antigua Jerusalén. Algunos lectores se preguntarán: ¿por qué el Apocalipsis dedica tanto tiempo a esto? ¿Por qué Dios inspiraría toda una sección de las Escrituras para centrarse tan intensamente en la destrucción de Jerusalén?
La respuesta está en comprender la fidelidad al pacto de Dios. A lo largo del Antiguo Testamento, Dios levantó a profetas como Isaías, Jeremías y Ezequiel para que proclamaran el juicio sobre Israel cuando rompiera el pacto. Esos libros dedican capítulos enteros a las consecuencias de la traición al pacto. El Apocalipsis sigue esa misma tradición, pero ahora a mayor escala: el mismo sistema de la antiguo pacto estaba siendo “expulsado”, como describe Pablo la expulsión de la “esclava” (Gálatas 4:21-31).
La caída de Jerusalén en el año 70 d.C. no fue sólo el fin de una ciudad; fue un acontecimiento cósmico que marcó el final de la antigua era y la plena revelación de la nueva alianza en Cristo. Como nos recuerda Hebreos 12:25-26, si los que ignoraron las advertencias de el antiguo pacto se enfrentaron a consecuencias tan devastadoras, ¿cuánto más debemos obedecer la voz de Cristo, el Hijo de Dios?
Este pasaje sirve tanto de advertencia como de motivación. Dios toma en serio sus pactos. Sin embargo, para los que escuchan y obedecen, hay esperanza: estamos recibiendo un reino que no puede ser sacudido. La “sacudida” de Jerusalén fue necesaria para que “queden las inconmovibles. permanecieran. (Hebreos 12:27-29)
La fidelidad del pacto de Dios exige una respuesta. La caída de Jerusalén no fue meramente histórica: es un recordatorio de que la obediencia importa. Cuando todo lo temporal se sacude, estamos llamados a aferrarnos a Cristo, cuyo reino es eterno.
Al reflexionar sobre esto, recordemos tomar en serio el mensaje de Cristo, permanecer fieles incluso cuando el mundo que nos rodea tiembla, y confiar en que el reino firme de Dios es nuestro verdadero hogar.