A medida que avanzamos en Apocalipsis 19:7-8, el contraste entre las dos mujeres -la ramera y la Novia- se hace evidente. Mientras que la ramera de Babilonia estaba vestida de lujo por la corrupción y la infidelidad, la Novia de Cristo está radiante, pura y preparada. Su ropa se describe como “lino fino, brillante y puro”, y se nos dice que este lino representa las obras justas de los santos.
Sin embargo, es crucial notar el orden: le fue concedido vestirse. Estas obras justas no son la causa de su aceptación, sino el resultado del don que ha recibido. Tal como Pablo enseñó, somos salvos por gracia mediante la fe -no por obras-, pero somos salvos para las buenas obras, que Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas (Efesios 2:8-10).
La Esposa, la Iglesia, no es un mero receptor pasivo de la salvación, sino un agente activo de la justicia de Cristo en el mundo. Sus obras son fruto de la vida que Cristo le ha dado. Brilla como la “excelente esposa” de Proverbios 31, vistiendo a los pobres, hablando con sabiduría y haciendo el bien sin temor al futuro. Es una ciudad sobre una montaña, una luz para el mundo, como dijo el Señor Jesús (Mateo 5:14).
La historia ha demostrado que allí donde ha llegado el Evangelio se han apreciado vidas humanas, se ha honrado a las mujeres, se ha curado a los enfermos, se ha alimentado a los hambrientos y se ha defendido a los oprimidos. Esto no es casualidad. La Iglesia, a la que se ha concedido la justicia de Cristo, sale al mundo para ser Sus manos y Sus pies (Santiago 2:15-17).
La vieja ciudad -Babilonia, Jerusalén que rechazó a su Mesías- fue arrojada al mar, juzgada por su infidelidad. Pero la nueva ciudad, la Novia, brilla con la justicia de Cristo. Este pasaje nos recuerda que se nos ha concedido el privilegio no sólo de ser salvos, sino de vivir vidas que reflejen el amor, la misericordia y la justicia de nuestro Salvador. Regocijémonos y démosle gloria, porque Él nos ha preparado.