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Devocional 24 Abril 2025

April 24, 2025 • Steve Torres
"Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios." (Apocalipsis 19:9, RVR1860)

La cena de las bodas del Cordero es algo más que un banquete celestial: es la culminación de la historia redentora y el cumplimiento de todas las promesas que Dios hizo a su pueblo. Este versículo es el punto de inflexión en la visión de Juan. Después de que el juicio cae sobre la ramera -la infiel Jerusalén-, el foco de atención se cambia a la radiante Esposa de Cristo, la Iglesia. Ella no es una mera espectadora de esta cena, sino su participante de honor.

Esta cena está íntimamente ligada a la única comida recurrente del Nuevo Testamento: la Santa Cena. En 1 Corintios 10:16, Pablo nos recuerda que el pan y la copa son una “comunión” en el cuerpo y la sangre de Cristo. Cuando Jesús instituyó la comunión, declaró: “Esto es mi cuerpo… Esto es mi sangre del nuevo pacto” (Marcos 14:22-24), haciéndose eco de las palabras de Moisés en el Sinaí (Ex. 24:8), pero apuntando a un pacto mejor. Jesús dijo además en Juan 6:53: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.”

La mesa de la comunión es a la vez recuerdo y ensayo. Recuerda el sacrificio de Cristo y anticipa la cena nupcial en la que la Esposa y el Esposo se unen en la gloria. En las costumbres matrimoniales judías, los novios sellaban a menudo la alianza con una copa de vino. En la Última Cena, Jesús ofrece esa copa y dice que no volverá a beber de ella hasta que la beba nueva en el reino de su Padre (Mateo 26:29). Apocalipsis 19:9 es el momento en que esa copa se levanta de nuevo, ahora en la consumación, no en la anticipación.

En cambio, Jerusalén -la ciudad infiel- recibe una copa diferente: la copa de la ira (Apocalipsis 16:19). Ella bebió toda la furia del juicio de Dios porque rompió el pacto, persiguió a los santos y rechazó a su Mesías. Pero los que permanecen fieles son bendecidos, pues son invitados a la mesa de la gracia.

Esta es la invitación que se hace a la Iglesia. No sólo a cenar, sino a comunión. No sólo a recordar, sino a celebrar. Como Esposa, la Iglesia es amada y hermosa, revestida de las obras de justicia que Cristo le concedió (Apocalipsis 19:8) y recibida en comunión eterna con su Rey.

No tomemos esta invitación a la ligera. Cada vez que compartimos el pan y el vino, proclamamos la muerte del Señor hasta que Él venga (1 Cor. 11:26), y esperamos el regreso de nuestro Cristo, no por miedo al juicio, sino como nuestra gozosa unión con Él.

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