En esta visión culminante, Juan se inspira profundamente en el Antiguo Testamento para pintar un cuadro de la revuelta final contra el Reino de Cristo. Los “mil años” aquí son simbólicos: una plenitud de tiempo en la que la Iglesia reina con Cristo (Apocalipsis 20:4-6), cumpliendo la Gran Comisión al discipular a las naciones (Mateo 28:18-20). Al igual que el Salmo 50:10 declara que Dios posee “el ganado sobre mil lomas”, este periodo representa la edad completa de la Iglesia, no una duración literal.
La visión de Juan refleja la historia del Éxodo y la conquista de Canaán. Como en Josué 11:4-6, los enemigos de Dios se reúnen “como la arena que está a la orilla del mar”, pero Dios dice a su pueblo que no tema, pues los entregará en sus manos. Apocalipsis 20 se hace eco de esto: Satanás es liberado para un engaño final, reuniendo a “Gog y Magog” -un término simbólico de Ezequiel 38-39 que representa a todas las naciones hostiles- para guerrear contra la “ciudad amada”, la Iglesia.
Sin embargo, este no es el fin de los propósitos de Dios, sino su consumación. Fuego del cielo, el mismo juicio que vemos en Ezequiel 39:6 y que recuerda a Sodoma y Gomorra (Génesis 19:24), devora a los atacantes. Dios defenderá con fuerza a su pueblo.
Esta revuelta subraya una verdad vital: aunque el Evangelio llenará la tierra como las aguas cubren el mar (Habacuc 2:14), y aunque Cristo reina a través de Su Iglesia, sigue habiendo una batalla espiritual. Como muestra Ezequiel 47:11, incluso en la gloriosa visión de una tierra renovada, “sus pantanos y sus lagunas no se sanearán; quedarán para salinas”. En otras palabras, siempre habrá enclaves rebeldes: corazones y sistemas que se niegan a someterse al señorío de Cristo.
La conquista de Josué fue incompleta debido al compromiso de Israel. Pero Cristo, el gran Josué (el nombre “Jesús” significa Josué), llevará a cabo su conquista. La Iglesia, como los antiguos israelitas, debe permanecer vigilante, sin dejarse llevar por la paz mundana o las conversiones superficiales. Muchos profesarán lealtad, pero no todos son verdaderamente de Cristo (Mateo 7:21-23). El trigo y la cizaña crecen juntos (Mateo 13:24-30). La revuelta final será impulsada por aquellos que una vez parecieron pertenecer.
Aun así, el final no está en duda. Como dice 1 Corintios 2:8, los gobernantes de este siglo “crucificaron al Señor de la gloria”, pensando que habían ganado, pero los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. (Colosenses 2:15). En el último día, el esfuerzo final de Satanás encontrará la misma derrota ardiente.
Por lo tanto, vivamos vigilantes, haciendo avanzar el Reino con valentía con la espada del Espíritu, sabiendo que la Iglesia será rodeada, pero nunca vencida. La ciudad amada resistirá, no por la fuerza, ni por el poder, sino por el Espíritu del Señor (Zacarías 4:6). El fin de la serpiente está sellado. Gloria a Cristo, el Único Rey Verdadero.