La escena del juicio del “gran trono blanco” en Apocalipsis 20:11-15 es una de las más serias de toda la Escritura. Es el juicio final, el momento en que cada vida queda al descubierto ante Cristo entronizado. Muchos lectores dudan de que esto incluya a los creyentes, temiendo que implique un juicio por las obras y no por la gracia. Pero la Escritura es clara: “Es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo” (2 Co. 5:10), y cada uno debe “dar cuenta” de sí mismo a Dios (Ro. 14:10-12).
Esto no es salvación por obras, sino juicio según las obras. Jesús mismo declaró en Juan 5:28-29 que se acerca la hora en que “vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.” La distinción no es que un grupo ganó la salvación y el otro no. Más bien, un grupo confió en Cristo y dio fruto; el otro lo rechazó y vivió en rebelión. Como escribe Santiago: “La fe sin obras está muerta” (St 2:26).
Incluso en esta escena de juicio brilla la gracia. “Y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida” (Ap. 20:12). Este es el libro al que Jesús aludió en Lucas 10:20 cuando dijo a sus discípulos que se alegraran de que sus nombres estuvieran escritos en el cielo. Es el libro de los que están unidos a Cristo: los que murieron con Él, resucitaron con Él (Rom. 6:8) y ahora viven para Él.
Las pequeñas obras de los fieles no se olvidan. Jesús nos asegura en Mateo 10:42 y Marcos 9:41 que incluso un vaso de agua fría dado en Su nombre no quedará sin recompensa. Y en Mateo 6, nos recuerda que “tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:4, 6, 18). Dios observa, recuerda y recompensará cada acto realizado por Cristo.
La escena del juicio nos recuerda que la justicia de Dios prevalecerá. Cada acto malvado será expuesto, cada injusticia rectificada. Sentimos esto profundamente cuando vemos dramas de tribunales o documentales de crímenes: es un reflejo del deseo de justicia que Dios nos ha dado. Pero la esperanza para el creyente no es simplemente que el mal será castigado, sino que la gracia triunfará, la misericordia cubrirá, y la justicia de Cristo estará en nuestro lugar.
Aquellos que no se encuentran en el Libro de la Vida se enfrentan a la segunda muerte: la separación eterna de Dios. Esto no se debe a que no hayan hecho el bien suficiente, sino a que rechazaron al único que podía hacerlos justos. Como dice Apocalipsis 20:15: “El que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”.
Entonces, ¿qué debemos hacer? Confiar en Cristo. Caminar en el Espíritu. Vivir a la luz del juicio venidero, no con temor, sino con reverencia y propósito. Llegará el día en que tendremos que presentarnos ante Él. Esforcémonos por oír las palabras: “Bien, buen siervo y fiel” (Mt. 25:23), mientras llevamos ante Él vidas que dieron testimonio de Su señorío, no para ganar la salvación, sino para honrar a Aquel que la dio.