El capítulo final del Apocalipsis continúa su revelación, no sólo del triunfo de Cristo, sino de quiénes somos a la luz de ese triunfo.
Inundado de nuevo por la gloria, Juan se postra para adorar al ángel, igual que hizo en el capítulo 19. Pero esta vez, el ángel responde con una declaración más completa: “Soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas y de los que guardan las palabras de este libro”. No se trata de una lista de grupos diferentes, sino de una identidad única: los siervos de Dios. Si guardas las palabras de este libro, estás en la misma línea que el apóstol Juan, los profetas de la antigüedad e incluso los santos ángeles.
Esta es una verdad asombrosa. El Apocalipsis no sitúa a los creyentes fieles entre el espectador, nos sitúa a nosotros en la historia. Estamos llamados a vivir como siervos, hablar como profetas y adorar como testigos del Rey resucitado.
Por eso se le dice a Juan que no selle las palabras de esta profecía. A diferencia de Daniel, a quien se le dijo que sellara su profecía porque se refería a un futuro lejano (Dan. 12:4), a Juan se le dice exactamente lo contrario: “No la selles, porque el tiempo está cerca”. El Apocalipsis estaba diseñado para su aplicación inmediata. El Apocalipsis estaba escrito para ser entendido, obedecido y proclamado. Dios no está jugando a juegos esotéricos, está equipando a sus siervos para un testimonio fiel en la historia. Son las órdenes de marcha de la Iglesia, un manual de fidelidad al pacto en la era del reinado de Cristo.
Esto explica también la sorprendente afirmación del versículo 11: “El que es injusto, sea injusto todavía… el que es justo, practique la justicia todavía”. La verdad del Apocalipsis divide, no está hecha para confundir. Los que rechazan a Cristo serán endurecidos en su rebelión. Pero aquellos que lo reciben son hechos justos y santos. Al dar testimonio de Jesús en un mundo rebelde, nuestro papel no es forzar al corazón a cambiar, sino proclamar la Palabra que revela y refina.
Vivimos en una generación hambrienta de propósito, anhelante de identidad y ahogada en la confusión. El Apocalipsis responde con claridad: Eres un siervo de Dios. Eres profeta. Eres un guardián de la Palabra. No caminas en el temor, sino en la victoria. Te alimentas del Árbol de la Vida y caminas por la Vía de Oro. Formas parte del pueblo revelado del Cordero.
Hablemos con valentía. Adoremos con fidelidad. Vivamos visiblemente. Somos testigos de la victoria de Cristo. Y el mundo, aunque se enfurezca o se burle, necesita desesperadamente oír y ver esa verdad a través de nosotros. No nos quedemos de brazos cruzados, ¡hagamos avanzar el Reino a todos los rincones de la Tierra!