Cuando el Apocalipsis llega a su fin, Jesús habla por última vez. Se identifica a sí mismo como “la raíz y el linaje de David”, la fuente del linaje de David y el cumplimiento de su promesa (Isaías 11:1-10; Romanos 1:3-4). Él es tanto el origen como la meta. Pero también dice algo sorprendente: Él es “la estrella resplandeciente de la mañana”. No sólo ha venido, sino que ha inaugurado un nuevo día.
En Génesis 1, los días están marcados: “Y fue la tarde y la mañana el día…”. Esta secuencia marcaba toda la vida de Israel, incluido el culto en el templo. Cada atardecer, el sacerdote se ocupaba de la menorá, asegurándose de que la luz no se apagara durante la noche (Éxodo 27:20-21). Del mismo modo, en Apocalipsis 1, se ve a Jesús caminando entre los candelabros, cuidando de sus iglesias y manteniendo viva su luz a través de las tinieblas de la historia.
Pero ahora, al final del libro, llega la mañana. Amanece una nueva creación, un nuevo día: “hoy”. Como nos recuerda Hebreos 3, mientras se llame “hoy”, debemos animarnos unos a otros a no endurecer nuestros corazones (Hebreos 3:13, 15), sino a escuchar Su voz y responder. Hoy es el día de la salvación (Isaías 49:8; 2 Corintios 6:2). El momento no está en un futuro lejano: la invitación es ahora.
¿Y cuál es esa invitación? Es universal y urgente: “El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!” Esta es la voz del Espíritu Santo y de la Iglesia al unísono, llamando a todos los que quieran oír. El que tenga sed, que venga y beba gratuitamente del agua de la vida. Es un eco de Isaías 55:1, “Venid todos los sedientos… sin dinero y sin precio”. Jesús mismo prometió en Juan 7:37: “Si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba”. La oferta del Evangelio es plena, gratuita y fluyente.
Jesús es el Pastor que llama a sus ovejas “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna…” (Juan 10:27-28). Y promete no rechazar a nadie que venga (Juan 6:37). ¿Escucharás Su invitación? ¿Beberás del agua?
Al leer este libro y guardar sus palabras, nos unimos a ese coro celestial y misionero: ¡Ven! Nos convertimos en embajadores de la reconciliación (2 Corintios 5:20), dando testimonio al mundo de que las puertas de la Nueva Jerusalén ya están abiertas: sus aguas están listas para todos los sedientos. El Apocalipsis no pretende confundirnos con símbolos, sino revelarnos a Jesús, Aquel que nos ama y se entregó por nosotros. Como dice Apocalipsis 1:1, ésta es “la revelación de Jesucristo”.
El libro termina con un solemne encargo: no añadáis ni quitéis nada a las palabras de esta profecía. La Palabra de Dios es perfecta, suficiente y poderosa, capaz de hacernos sabios para la salvación (Romanos 1:16; 2 Timoteo 3:15-17). No necesitamos añadirle helicópteros de ataque, noticias de actualidad o nuestras ansiedades. En una época de distorsión y distracción, estamos llamados a ser fieles a la Palabra.
Así que ahora, al final de las Escrituras, resuena una vez más la llamada. Jesús viene pronto. No sólo para juzgar a toda la humanidad, sino en gloria. No sólo para poner fin a la historia, sino para cumplirla. Y hasta ese día, la Iglesia brilla como estrellas en la oscuridad (Filipenses 2:15), llamando a las naciones:
“¡Venid! Reconciliaos con Dios. Bebed gratuitamente del agua de la vida”.
Amén. Ven, Señor Jesús.