El escritor de Hebreos no se detiene en la historia de Jesús: la inicia con majestuosidad. En un solo versículo, se nos ofrece una amplia visión de Cristo: Su divinidad, su poder sustentador, su obra sacerdotal y su reinado eterno. El versículo rebosa peso teológico y nos invita a maravillarnos.
Jesús es “siendo el resplandor de su gloria”. El término griego (apaugasma) significa el resplandor, la luz visible que emana de la propia fuente. Jesús no se limita a reflejar la gloria de Dios, sino que es su resplandor (Juan 1:14). Así como la gloria Shekinah llenaba el tabernáculo, ahora habita corporalmente en Cristo (Colosenses 2:9).
Él es también “imagen misma de su sustancia”. La palabra charaktēr se refiere a un sello utilizado para prensar una imagen en el metal. Jesús no es un vago reflejo de Dios: Él es Dios. Pablo se hace eco de esta verdad en Colosenses 1:15, diciendo que Cristo es “la imagen del Dios invisible.” Cuando Jesús le dijo a Felipe: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9), estaba declarando esta misma verdad. Si bien fuimos hechos a imagen de Dios (Génesis 1:27), Jesús es la imagen.
Él no sólo revela a Dios, sino que sostiene la creación misma. El es el “quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”. Cada átomo, cada ley de la física, cada latido del corazón, existen por Su mandato (Juan 1:3; Colosenses 1:17). Jesús, mientras era crucificado, sostenía los clavos en existencia, la cruz en existencia, el soldado que lo golpeaba, los que lo clavaban, el martillo, las mismas espinas que atravesaron Su frente, todo era sostenido en existencia por Él. Mientras sangraba, reinaba.
Esta es la maravilla de nuestra redención: “habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó…” Los sacerdotes de la Antiguo Pacto nunca se sentaban, porque la obra nunca estaba terminada. Pero Jesús, habiéndose ofrecido a Sí mismo una vez para siempre (Hebreos 10:12), se sentó: porque estaba acabada (Juan 19:30). Logró nuestra salvación no dejando de ser Dios, sino revelando plenamente a Dios: Su justicia, misericordia y amor.
Por eso, hoy no trabajamos para ganar lo que Él ya ha conseguido. Descansamos en el poder de Aquel que reina, que sostiene y que salva. Con razón es digno de sentarse a la diestra de la Majestad en las alturas. ¡Toda la gloria sea a Él!