La humanidad fue hecha para el dominio. En Génesis 1:26-28, Dios dio a la humanidad el encargo de gobernar sobre todo ser viviente. El Salmo 8 lo celebra: “Lo hiciste un poco inferior a los seres celestiales y lo coronaste de gloria y honor”. Pero aquí está el problema: no vemos esa clase de dominio en el mundo de hoy. En su lugar, vemos quebrantamiento, debilidad y muerte. ¿Qué ocurrió entonces?
Hebreos 2 habla de esa tensión. Afirma el propósito de Dios para la humanidad, pero reconoce lo que experimentamos: “En el presente, aún no lo vemos todo sometido a él”. Estamos muy destituidos de la gloria para la que fuimos hechos (Romanos 3:23). El pecado hizo estallar nuestro dominio, y la muerte nos destronó.
“Pero le vemos a Él…”
Vemos a Jesús.
Jesús, el Hijo eterno de Dios, que por un poco de tiempo se hizo inferior a los ángeles, asumiendo nuestra frágil humanidad (Filipenses 2:6-8). Se metió en el quebranto, no para simplemente observarlo, sino para conquistarlo. Probó la muerte por todos, no para poner fin a Su historia, sino para comenzar de nuevo la nuestra.
Y ahora está coronado de gloria y honor, no a pesar de su muerte, sino gracias a ella. En Jesús vemos cumplido nuestro verdadero destino. Él es el hombre perfecto, el Segundo Adán (1 Corintios 15:47-49) que reina no sólo como Dios, sino también como Hombre. Lo que nosotros perdimos por el pecado, Él lo recuperó por la obediencia. Lo que nosotros no pudimos dominar, Él lo domina ahora con perfecta autoridad.
El dominio prometido a la humanidad encuentra su cumplimiento en Él. Y ahora, mediante la fe en Cristo, estamos unidos a Él: compartiendo no sólo Sus sufrimientos, sino también Su reinado (2 Timoteo 2:12; Apocalipsis 3:21).
Así que anímate: aunque aún no veas el mundo como debería ser, mira a Jesús. Su corona fue forjada a través del sufrimiento, y a través de Él, somos restaurados al propósito para el que fuimos hechos. El que probó la muerte por nosotros está ahora entronizado por encima de todo, y no se ha olvidado de nosotros.
Aún no vemos todas las cosas bajo nuestros pies: Pero vemos a Jesucristo. Y Cristo es suficiente.