En el desarrollo de la gloria de Hebreos, vemos que Jesús no sólo es exaltado por encima de los ángeles: También se revela como el fundador de nuestra salvación, hecho “perfeccionase por aflicciones”. Esto no significa que le faltara santidad o virtud. Más bien, a través de su sufrimiento, la perfección de su obediencia y amor se reveló a la creación. La cruz no fue un cambio en la naturaleza de Cristo, sino una revelación de la misma.
Aquí, el escritor nos introduce en el misterio de la Encarnación: el Creador entra en su propia creación, no como un fantasma, sino como verdadero hombre. Comparte plenamente nuestra humanidad. “El que santifica y los santificados tienen un mismo origen” (v. 11). Ese origen es Dios mismo. En este origen compartido, Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos.
Dejemos que eso se asimile. El Rey de la Gloria, por quien fueron hechos los mundos, nos llama hermanos: familia. Cita el Salmo 22:22 e Isaías 8:17-18, declarando su solidaridad con nosotros. No sólo nos redime: Se relaciona con nosotros.
Soportó el sufrimiento no por sus pecados, sino por los nuestros. No pasó por la muerte para demostrar algo, sino porque estábamos muertos, y vino a rescatarnos. Al hacerlo, se revela perfectamente como Señor y Salvador, Juez y Justificador, Rey y Hermano.
Él, el Creador de todo, vino a la creación para crear una nueva creación. Él fue el Verbo por el que la creación original llegó a la existencia (Juan 1:3, Hebreos 1:2), y a través de Su sufrimiento aquí, se revela como el Verbo hecho carne (Juan 1:14) por el cual la nueva creación llega de nuevo a la existencia a través de Él. (2 Corintios 5:17, Apocalipsis 21:5)
Y así, cuando sufrimos, cuando caminamos a través de la aflicción, no estamos solos. Jesús nos ha precedido. Y ahora, como herederos con Él, caminamos con la confianza de que nuestro sufrimiento tiene un propósito. Como dice Pablo, ese sufrimiento “produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Corintios 4:17)! Nuestra salvación está asegurada, ¡y nuestro Salvador nos llama hermanos! ¡Qué Salvador tan maravilloso!