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Devocional 05 Junio 2025

June 05, 2025 • Steve Torres
"Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús" (Hebreos 3:1, RVR1960)

En Hebreos 2, se nos recordó que Jesús tomó carne y sangre, no para observar nuestro sufrimiento desde la distancia, sino para entrar de lleno en él. Se hizo semejante a nosotros en todos los aspectos para ser nuestro misericordioso y fiel sumo sacerdote (Heb. 2:17). No se avergüenza de llamarnos hermanos (Heb. 2:11) y, como nuestro Auxiliador, está dispuesto a darnos fuerzas cuando somos débiles (Heb. 2:18).

Ahora, el escritor pasa de esa gran verdad a nuestra respuesta: considera a Jesús. No se trata de una mirada casual o de una breve reflexión. Es una atención deliberada y concentrada, una mirada fija con intención y devoción. ¿Por qué? Porque Jesús es a la vez el apóstol: el enviado de Dios a nosotros, y el sumo sacerdote: el que nos lleva a Dios. En Él ha descendido el cielo, y por Él somos elevados.

Se nos llama “hermanos santos”, un término rico en significado. “Hermanos” nos une a Cristo y a los demás miembros de la familia de Dios. Pero “santos” nos distingue. No somos de este mundo. Como dijo Jesús de sus discípulos: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.” (Juan 17:16). Esta doble identidad está en el corazón de nuestra fe: somos familia en Cristo y extranjeros para el mundo.

El escritor nos llama los que “participantes del llamamiento celestial”. Esta es nuestra verdadera ciudadanía. Somos hijos de la promesa “descendencia de Abraham” no por linaje, sino por fe. Al igual que Abraham esperaba una ciudad cuyo diseñador y constructor es Dios, nosotros seguimos adelante en esa herencia. ¿Pero cómo? Sólo fijando nuestros ojos en Jesús.

Cuando Pedro caminó sobre el agua, permaneció de pie mientras sus ojos estaban puestos en Cristo. En el momento en que apartó la mirada, empezó a hundirse (Mateo 14:29-30). Lo mismo ocurre con nosotros. Jesús no es una entre muchas voces, Él es LA Palabra. Él no es una parte de nuestra vida, Él ES nuestra Vida.

Prestemos attención, pues, “con más diligencia” (Heb. 2:1) a este Jesús que vino por nosotros, camina con nosotros y ahora nos representa ante el Padre. Considéralo una y otra vez. Al hacerlo, encontrarás la fuerza, la claridad y la fe para caminar en tu llamamiento celestial.

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