El Salmo 95 es más que un himno de alabanza o un recordatorio histórico. El autor de Hebreos lo trata como una profecía, una advertencia en tiempo presente y un llamado vivo a entrar en el reposo de Dios, hoy. Este salmo no solo recuerda la rebelión de Israel en el desierto. Es la propia voz de Dios, resonando a través del tiempo, instando a cada generación: “Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”.
La afirmación es radical: el descanso prometido bajo Josué era incompleto. Hebreos 4:8 lo deja claro: “Porque si Josué les hubiera dado reposo, Dios no habría hablado de otro día después de ese”. El hecho mismo de que el Salmo 95 se escribiera después de la conquista implica que el verdadero descanso aún estaba por llegar.
Aquí entra el Josué más grande: Jesús. Su descanso no es solo geográfico o circunstancial; es eterno, espiritual y redentor. Él nos invita: “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Pero este no es un descanso de mero aliviamiento, es el descanso sabático (griego: sabbatismos) del mismo Dios (Hebreos 4:9). Es el descanso del propósito cumplido, tal como Dios descansó el séptimo día de todas sus obras (Génesis 2:2; Éxodo 20:11). Jesús ahora está sentado a la diestra del Padre, no porque esté cansado, sino porque su obra redentora ha terminado (Juan 19:30; Hebreos 1:3).
Y este es el mensaje principal de Hebreos: que no lo perdamos.
Desde el principio de la carta, el autor construye esta urgencia. “Debemos prestar mucha mayor atención a lo que hemos oído, no sea que nos desviemos”. (Hebreos 2:1). Si el pacto dado por medio de los ángeles era obligatorio, ¿cuánto más obligatoria es la Palabra pronunciada por medio del Hijo (Hebreos 1:1-2)? El Salmo 95 se convierte así en el testimonio legal de Dios, presentado como testigo: vivo, activo y capaz de discernir nuestros propios pensamientos e intenciones (Hebreos 4:12).
La Palabra no es una escritura pasiva, sino que es afilada, como una espada de dos filos, que corta hasta lo más profundo de nuestro ser. Separa el espíritu del alma, las articulaciones de la médula, la superficie de lo secreto. Y nos deja al descubierto ante los ojos de Aquel “ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13; cf. Romanos 2:16).
Esta Palabra no es nueva. Siempre ha apuntado a Cristo. “Cosas que solo son sombra de lo que ha de venir, pero el cuerpo pertenece a Cristo” (Colosenses 2:17). El reposo, el tabernáculo, los sacrificios, el maná, la tierra prometida… todos eran tipos y sombras, ahora cumplidos en Jesús. Pero la advertencia permanece: no debemos endurecernos por la familiaridad. “Examináis las Escrituras porque vosotros pensáis que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí”, dijo Jesús a los fariseos. “y no queréis venir a mí para que tengáis vida”.(Juan 5:39-40).
Entonces, ¿qué debemos hacer?
Debemos responder mientras aún es hoy. “Estas cosas les sucedieron como ejemplo, y fueron escritas como enseñanza para nosotros” (1 Corintios 10:11). El Salmo 95 no es solo un canto y un recuerdo, sino también una llamada y una espada.
No endurezcáis vuestro corazón. El Pastor sigue hablando. Cada vez que oís su voz es un acto de misericordia, una oportunidad más para entrar en su reposo.