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Devotional 13 Junio 2025

June 13, 2025 • Steve Torres

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"Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro." (Hebreos 4:14-16, RVR1960)

El autor de Hebreos ha estado preparando este momento desde el final del capítulo 2. Allí se nos dice que Jesús tuvo que ser hecho semejante a sus hermanos en todo, para que pudiera convertirse en un sumo sacerdote misericordioso y fiel (Heb. 2:17-18). Él sufrió y fue tentado, tal como nosotros, para poder ayudar a los que están siendo tentados. Ese hilo conductor no se ha perdido: Hebreos 4:14-16 no es un cambio de tema, sino la culminación de un argumento largo y complejo.

El núcleo de ese argumento ha sido este: No endurezcáis vuestros corazones. Entrad en el reposo de Dios. ¿Y cómo lo hacemos? Por la fe, sí, pero por una fe que se acerca. El descanso que se nos promete no es simplemente el cese del trabajo o la ausencia de miedo. Se encuentra en la proximidad a Dios mismo, en la comunión restaurada con aquel que nos creó. Eso es lo que es el “trono de la gracia”: no solo un lugar de juicio o autoridad, sino el asiento de la misericordia, donde nuestro Sumo Sacerdote ahora está en nuestro nombre.

Acercarse es volver a lo que se perdió en el Edén. Allí, la humanidad fue expulsada del Árbol de la Vida, expulsada al este del jardín, custodiada para que no pudiera volver a entrar (Génesis 3:24). Pero ahora, gracias a que Jesús ha atravesado los cielos, nos abre el camino de vuelta. Apocalipsis 22:2 nos da la visión: el Árbol de la Vida vuelve a estar en medio del pueblo de Dios, con sus hojas para la sanidad de las naciones. ¿Y quién es el que sana? “Por sus heridas somos sanados” (Isaías 53:5). Jesús es el Árbol de la Vida. Él es la fuente de alimento y sanación eternos. En Él, tenemos acceso a la vida para la que fuimos creados.

Por eso dice: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre” (Juan 6:51). En esto vemos la gran inversión de la mentira de la serpiente en Génesis 3. La humanidad fue tentada a convertirse en semejante a Dios a través de la rebelión. Pero Jesús, Dios encarnado, se hizo semejante a nosotros en obediencia, para que a través de Él pudiéramos ser verdaderamente conformados a su imagen (Romanos 8:29; 2 Corintios 3:18). La semejanza con Dios no se alcanza, sino que se recibe como un don. Se da por misericordia, no se obtiene por orgullo.

Este es el descanso al que somos invitados: no solo el perdón de los pecados, sino la restauración de la vida misma. Una vida en la que ya no luchamos por demostrar nuestra valía, por salvarnos a nosotros mismos o por ganarnos el amor, sino en la que estamos sentados con Cristo en los lugares celestiales (Efesios 2:6), seguros en su misericordia.

Así que mantengamos firme nuestra confesión. Acerquémonos, no con temor, sino con confianza. Él no es un rey distante, frío en su trono. Es nuestro Hermano, nuestro Sumo Sacerdote, nuestro Árbol de la Vida. Y de su plenitud recibimos gracia sobre gracia (Juan 1:16).

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