El autor de Hebreos comienza a introducir el rico y misterioso tema de Melquisedec, solo para detenerse y lamentar la torpeza espiritual de sus lectores. Aunque han escuchado la verdad, no están preparados para profundizar en ella. Se han vuelto complacientes, satisfechos con lo básico. Pero la vida espiritual, al igual que la vida física, no está destinada a permanecer en la infancia.
Esta misma preocupación se repite a lo largo de las Escrituras. Pablo reprende a los corintios por necesitar leche en lugar de alimento sólido (1 Cor. 3:1-3). Les dice a los efesios que crezcan en todos los aspectos en Cristo y que dejen de ser niños sacudidos por todo viento de doctrina (Ef. 4:14-15). Pedro exhorta a los creyentes a crecer en la gracia y el conocimiento de Cristo (2 Ped. 3:18). Hay una clara expectativa de que lo que Dios planta, Él tiene la intención de que crezca y dé fruto (Col. 1:9-10).
La fe como la de un niño, caracterizada por la confianza y la humildad (Mateo 18:3-4), debe ser apreciada. Pero la fe infantil, caracterizada por la inmadurez, la inestabilidad y el egoísmo, es algo que Dios nos llama a superar (1 Cor. 13:11). Jesús advirtió que muchos oyen la palabra, pero se vuelven insensibles de corazón y mente, sin estar dispuestos a dejar que la verdad penetre profundamente (Mateo 13:15).
Los creyentes maduros no son simplemente aquellos que saben más, sino aquellos que practican lo que saben. Hebreos dice que el alimento sólido pertenece a aquellos «que tienen sus facultades de discernimiento entrenadas por la práctica constante» (Hebreos 5:14). A medida que crecemos en Cristo, nuestra capacidad para discernir el bien del mal se agudiza, no solo a través de la intuición, sino a través de las Escrituras, la meditación y la obediencia diaria (Rom. 12:2; Fil. 1:9-11; Sal. 1:2-3).
Esto no es solo un desafío académico, sino un llamado a la transformación. Los israelitas fueron liberados de Egipto, pero perecieron en el desierto por su incredulidad (Heb. 3:12-19). Así también, debemos examinarnos a nosotros mismos para ver si estamos en la fe y creciendo en ella. Las riquezas de la sabiduría de Dios están disponibles para aquellos que buscan, no solo para aprender, sino para vivir la verdad.
No nos volvamos insensibles al oír. Sigamos adelante, más allá de la leche, hacia la madurez, el discernimiento y la fecundidad, deleitándonos en la Palabra día y noche (Sal. 1:2).