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Devotional 21 Junio 2025

June 21, 2025 • Steve Torres

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"Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré grandemente. Y habiendo esperado con paciencia, alcanzó la promesa. Porque los hombres ciertamente juran por uno mayor que ellos, y para ellos el fin de toda controversia es el juramento para confirmación. Por lo cual, queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que por dos cosas inmutables, en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros." (Hebreos 6:13-18, RVR1960)

El autor de Hebreos continúa su poderoso llamamiento a los creyentes que luchan: confíen en Dios. Hasta ahora, se nos ha advertido que no nos apartemos como lo hizo Israel en el desierto, que no pudo entrar en el reposo de Dios por su incredulidad. Pero ahora se nos muestra la otra cara de la moneda: la inquebrantable fiabilidad del mismo Dios.

Este pasaje se centra en la promesa de Dios a Abraham en Génesis 22:16-18. Después de la obediencia de Abraham, Dios juró por sí mismo bendecirlo y multiplicarlo. ¿Por qué es importante esto? Porque, a diferencia de las promesas humanas, la palabra de Dios no vacila. Como nos recuerda Números 23:19: “Dios no es hombre, para que mienta”. Y por si acaso su palabra no fuera suficiente, la respaldó con un juramento, dos cosas inmutables (su palabra y su juramento), para darnos una base sólida sobre la que apoyarnos.

Esto responde a la antigua mentira susurrada en el Edén: “¿Se puede confiar realmente en Dios?”. Hebreos afirma: sí, absolutamente. Las promesas de Dios se basan en Su carácter inmutable. Santiago 1:17 nos recuerda que con Dios “no hay mudanza, ni sombra de variación”. Tito 1:2 incluso llama a la vida eterna algo prometido por “Dios, que nunca miente”.

Esto nos da no un deseo frágil, sino una esperanza segura, «un ancla del alma» (v. 19). Y, al igual que Abraham, nuestra confianza debe producir una obediencia paciente. Romanos 4:20-21 dice que Abraham “tampoco dudó, por incredulidad”, sino que estaba plenamente convencido de que Dios era capaz de hacer lo que había prometido.

En un mundo de verdades cambiantes y promesas incumplidas, estamos llamados a aferrarnos a Aquel que nunca cambia. La prueba de esa confianza no son simplemente palabras, sino una vida de obediencia duradera, que da fruto de fe.

Así que recordemos hoy: Dios nos ha dicho que confiemos en Él, sí, pero lo más importante es que podemos confiar en Él porque Él es quien dice ser.

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