En un mundo que cambia constantemente bajo nuestros pies, la Palabra de Dios nos ofrece algo profundamente seguro: una “segura y firme ancla del alma”. Esta ancla es Jesucristo: inmutable, inquebrantable, totalmente fiable.
Justo antes de este pasaje, el autor de Hebreos nos recuerda que Dios es totalmente digno de confianza. Como juró por sí mismo (Hebreos 6:13-18), sus promesas son inquebrantables. Nuestra esperanza, entonces, no es una ilusión, sino que está anclada en el carácter inmutable de Dios. Como declaró el salmista: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, Y se traspasen los montes al corazón del mar” (Salmo 46:1-2). Cristo es el centro estabilizador de nuestras vidas.
Pero este ancla no está fijada en tierra, sino que está anclada en la presencia misma de Dios. Jesús ha ido «detrás del velo», no como los sumos sacerdotes de antaño, que entraban en el Lugar Santísimo una vez al año (Levítico 16), sino en el santuario celestial mismo (Hebreos 9:11-12). Allí, Él se presenta ante el Padre en nuestro nombre, no con la sangre de becerros y machos cabríos, sino con su propia sangre, asegurando la redención eterna.
El peligro del que nos advirtió el autor anteriormente, el de desviarnos (Hebreos 2:1), encuentra aquí su respuesta. Con Cristo como nuestro ancla, nos mantenemos firmes, ya no a merced de las corrientes del pecado, la duda o el sufrimiento. Él no solo nos ata a la seguridad, sino que nos lleva hasta ella. “Jesús entró por nosotros como precursor”, abriendo el camino hacia la presencia de Dios.
Esto es lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros… vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:2-3). Él no es solo nuestro sacerdote, es el camino, el precursor, la puerta (Juan 10:9). Como “el autor y consumador de nuestra fe” (Hebreos 12:2), ha caminado por donde nosotros debemos ir. Y sigue caminando con nosotros.
Por eso los apóstoles declararon con valentía: “En ningún otro hay salvación” (Hechos 4:12), y por eso podemos descansar en la verdad de que tenemos “una esperanza viva” (1 Pedro 1:3-5). Cristo no es solo el contenido de nuestra esperanza, sino también su garantía.
Acerquémonos con confianza, sabiendo que Cristo, nuestro ancla, nuestro sacerdote, nuestro precursor, se aferra a nosotros, incluso cuando luchamos por aferrarnos a Él.