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Devotional 24 Junio 2025

June 24, 2025 • Steve Torres

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"Porque este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo, a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo; cuyo nombre significa primeramente Rey de justicia, y también Rey de Salem, esto es, Rey de paz; sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre." (Hebreos 7:1-3, ESV)

Al llegar a Hebreos 7, el autor finalmente aborda algo a lo que ha estado aludiendo a lo largo de la carta: Jesús es un sumo sacerdote, no según la línea levítica, sino “según el orden de Melquisedec”. Esta misteriosa figura, que aparece brevemente en Génesis 14, ha suscitado siglos de especulaciones. ¿Era Sem? ¿Un Cristo preencarnado? ¿Un juez cósmico?

Pero las Escrituras nos dicen algo más sencillo y profundo: Melquisedec se asemeja al Hijo de Dios, y no al revés. Su aparición en Génesis es intencionadamente breve. No hay genealogía, ni mención de su nacimiento o muerte, y sin embargo se le llama Rey de Justicia y Rey de Salem (Paz): títulos que encuentran su verdadero cumplimiento en Jesucristo (Hebreos 7:2).

La frase “según el orden de Melquisedec” (Salmo 110:4; Hebreos 5:6) no se refiere a un sacerdocio místico oculto en la tradición judía. El término griego taxis habla de un patrón, una clasificación. La cuestión no es que Jesús fuera iniciado en un rito antiguo, sino que Dios ya nos dio una categoría fuera de los levitas para comprender el sacerdocio de Jesús: un sacerdote-rey que no fue nombrado por ascendencia, sino por designación divina y naturaleza eterna.

Esto se hace eco de la forma en que el Antiguo Testamento habla en tipos y sombras (Hebreos 10:1). Así como Adán prefiguraba a Cristo (Romanos 5:14) y el cordero pascual apuntaba a nuestra liberación (1 Corintios 5:7), Melquisedec se erige como un pre-eco, una metáfora viviente, del papel único y eterno de Jesús.

Los Salmos, el himnario de Israel, enfatizaron esto mucho antes de la encarnación. El Salmo 110 no era solo una canción, era una profecía: Israel necesitaba un sacerdote más grande, uno que no estuviera limitado por la muerte o la genealogía, sino dotado de justicia divina y paz eterna.

Que esto nos anime a leer las Escrituras con los ojos abiertos y el corazón ansioso. Cada página, cada persona y cada promesa nos acerca más a Aquel en quien todas las cosas se cumplen: Jesucristo, el Rey y Sacerdote eterno. Cuanto más lo vemos en las sombras del Antiguo Testamento, más claramente vemos el esplendor del Evangelio.

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