A lo largo del libro de Hebreos, el autor nos ha estado guiando hacia una verdad sobria pero liberadora: el antiguo pacto ha cumplido su propósito. Al igual que un heraldo que anuncia la llegada de un rey, la Ley y el sistema de sacrificios prepararon el camino para Jesús. Pero ahora que Cristo ha venido, las cosas anteriores han pasado. Hebreos 8:13 es enfático: el antiguo pacto ha quedado obsoleto. No se ha suspendido ni se ha conservado para un futuro renacimiento. Ha terminado, porque Jesús lo ha cumplido.
Jesús no es un complemento al antiguo pacto, sino su cumplimiento (Mateo 5:17). Él es el sumo sacerdote mejor (Hebreos 7:23-28), que ofreció el sacrificio final (Hebreos 10:12), estableciendo un pacto mejor con promesas mejores (Hebreos 8:6). El sistema del templo, con sus sacerdotes y sacrificios, siempre tuvo la intención de ser temporal, apuntando más allá de sí mismo hacia Cristo.
Sin embargo, hoy en día, muchos todavía miran a Israel con la esperanza de un templo reconstruido y sacrificios renovados. Pero las Escrituras nos señalan otro lugar. Jesús declaró: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré», refiriéndose a su cuerpo (Juan 2:19-21). El Apocalipsis confirma que en la Nueva Jerusalén «no vi ningún templo en la ciudad, porque su templo es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero» (Ap 21:22). La morada de Dios ya no está detrás del velo, sino ahora con su pueblo a través de Cristo resucitado (Ap 21:3).
Nosotros, la Iglesia, somos ahora esa ciudad situada en un monte (Mateo 5:14), la Nueva Jerusalén, con la luz de Cristo brillando en nosotros. Somos piedras vivas que se construyen en una casa espiritual (1 Pedro 2:5), porque el verdadero Templo ha llegado: el mismo Jesús, que mora en nosotros por Su Espíritu.
Buscar otro templo es apartar la mirada de Cristo. Esperar otro sistema de sacrificios es negar la suficiencia de Su ofrenda única (Heb 10:14). No volvamos a las sombras (Col 2:17; Gál 4:9), sino aferrémonos a la sustancia: Jesús. Él es nuestro Templo, nuestro Sacerdote, nuestro Sacrificio, nuestro Pacto.
Así que confiemos solo en Él para la salvación. Descansemos en Su obra consumada y regocijémonos de que el Dios que una vez moró en tiendas y templos ahora mora en nosotros.