El tabernáculo y el templo del antiguo pacto no fueron diseñados para atraer a las personas a la presencia de Dios, sino para mostrarles lo lejos que estaban de ella. La cámara interior, el Lugar Santísimo, donde moraba la presencia de Dios, estaba oculta tras una cortina. Solo un hombre, el sumo sacerdote, podía entrar en ella, y solo una vez al año, tras elaborados rituales y sacrificios de sangre. No era un camino hacia la presencia de Dios, sino una barrera visible.
El autor de Hebreos nos dice que este sistema era “simbólico” (parabolē), una parábola que apuntaba hacia algo más grande. Estas cosas nunca fueron el objetivo. Eran sombras proyectadas por una realidad mejor. Los rituales no podían limpiar la conciencia, y la estructura misma gritaba que el acceso a Dios estaba cerrado.
Albert Barnes advierte sabiamente contra la alegorización excesiva de estas cosas: “La idea es que los arreglos y servicios del tabernáculo eran una representación de realidades importantes y de cosas que se revelarían más plenamente en un período futuro. No hay duda de que [el autor] quiso decir que este servicio en general era simbólico o típico, aunque esto no nos autoriza a intentar espiritualizar cada uno de sus mínimos detalles. Algunas de las cosas en las que era típico son especificadas por el propio apóstol, y la sabiduría y la seguridad al explicar los arreglos del tabernáculo y sus servicios consisten en adherirse muy estrechamente a las explicaciones proporcionadas por los escritores inspirados. Un intérprete se encuentra en mar abierto, sin saber adónde lo llevará la corriente, cuando se despide de estos pilotos seguros”.
No se nos deja adivinar el significado. El Espíritu Santo ha revelado la verdad: el antiguo pacto no podía llevarnos a Dios, pero Jesús sí puede. Él es el mejor Sumo Sacerdote que no entra detrás de un velo, sino que lo derriba con su propia carne (Marcos 15:38, Hebreos 10:20). Él no ofrece sacrificios repetidos, sino su propia sangre, de una vez por todas (Heb. 9:12). Y ahora, a través de Él, tenemos acceso a Dios (Ef. 2:18), porque Él es Dios. El velo ha desaparecido (2 Cor. 3:18). El camino está abierto (Juan 14:6).
Cuando tu conciencia te agobie, cuando la vergüenza te diga que te quedes fuera de la cortina, recuerda: la puerta está abierta. Cristo nos ha acercado. No te quedes en el atrio exterior. Entra.