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Devotional 04 Julio 2025

July 04, 2025 • Steve Torres

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"Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna. 16Porque donde hay testamento, es necesario que intervenga muerte del testador. 17Porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive." Hebreos 9:15-17, RVR1960)

Bajo el antiguo pacto, al pueblo de Israel se le dieron promesas, leyes y una tierra, pero no descanso. Aunque entraron en Canaán bajo el liderazgo de Josué, no entraron en el verdadero descanso de Dios. Sus corazones seguían siendo rebeldes, con sus pecados siempre ante ellos. Los rituales y sacrificios (diarios, mensuales, anuales) podían purificar el cuerpo, pero no la conciencia. Podían purificar simbólicamente, pero nunca expiar completamente. Como escribió el salmista: «No te complacen los sacrificios… Los sacrificios de Dios son un espíritu contrito» (Salmo 51:16-17).

Esta insuficiencia no es un defecto en el diseño de Dios, sino un indicio de algo más grande. La ley revelaba el pecado, pero no podía borrarlo. El antiguo pacto no podía cubrir los pecados graves: el asesinato, el adulterio, la idolatría, el robo o la rebelión (véase Números 15:30-31). Así, incluso para los fieles, como David, que fue llamado hombre según el corazón de Dios, pero cometió adulterio y asesinato, había un velo entre ellos y Dios. Anhelaban algo más.

Entra Jesucristo: el mediador de un nuevo y mejor pacto. Él no se limitó a explicar la voluntad de Dios, sino que la llevó a cabo. Como «el Verbo hecho carne» (Juan 1:14), declaró: «Yo no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo tal como el Padre me enseñó» (Juan 8:28). Y así como un testamento no se lleva a cabo hasta que muere quien lo hizo, así también la muerte de Cristo llevó a cabo el pacto de gracia de Dios: «Porque donde hay un testamento, es necesario que se compruebe la muerte del que lo hizo» (Hebreos 9:16).

La muerte de Jesús no fue un mero martirio: fue una transacción divina. Cumplió la ley, satisfizo la justicia y abrió el camino para la misericordia. «Es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados» (Hebreos 10:4), pero su sangre habla una palabra mejor. Su muerte redime no solo a los que viven bajo el nuevo pacto, sino también a los del pasado que vivieron por la fe (Romanos 3:25-26).

Ahora, en Cristo, se nos invita a entrar en el verdadero descanso, no en una tierra física, sino en la presencia de Dios. «Por lo tanto, queda un reposo sabático para el pueblo de Dios… Esforcémonos, pues, por entrar en ese reposo» (Hebreos 4:9, 11). Ya no estamos excluidos, sino que somos llamados Su pueblo: «Antes no erais pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios» (1 Pedro 2:10).

Deja que esta verdad conmueva tu alma: has sido acercado, no por tu esfuerzo, sino por Su muerte. La voluntad de Dios no es que permanezcas distante, sino que te acerques, limpio y plenamente vivo en Él. Entra en la herencia que Cristo ha asegurado: descanso completo, perdón completo, identidad completa y la plenitud de la vida eterna.

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