# MOVED HERE!

Devotional 08 Julio 2025

July 08, 2025 • Steve Torres

Hebreos 10:10.jpg

"Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí. Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre." (Hebreos 10:5-10, RVR1960)

Desde el principio, el corazón de Dios no estaba en rituales y sacrificios interminables, sino en un pueblo que caminara en comunión con Él. El antiguo pacto, aunque lleno de vislumbres de la presencia de Dios, siempre mantenía al pueblo a distancia. El pecado bloqueaba el camino. El tabernáculo y el templo hacían accesible la presencia de Dios, pero nunca totalmente cercana.

Sin embargo, en Jesús todo cambia.

El autor de Hebreos declara que Jesús no vino a ofrecer otro ritual, sino a hacer la voluntad de Dios, a cumplir lo que los sacrificios nunca pudieron cumplir. Su obediencia, incluso hasta la muerte (Filipenses 2:8), abolió el antiguo sistema y estableció un camino nuevo y vivo. No solo ofreció un sacrificio: Él fue el sacrificio. Y al hacerlo, nos santificó de una vez por todas.

Sin embargo, la maravilla no termina ahí.

Juan nos dice que “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó (literalmente: tabernaculó) entre nosotros” (Juan 1:14). Así como la presencia de Dios una vez llenó el tabernáculo en el desierto, ahora Él llenó el cuerpo de Cristo. Pero en lugar de una tienda que se movía por el desierto, Jesús se movía por pueblos y ciudades, tocando a los leprosos, resucitando a los muertos y limpiando a los impuros. Su santidad no era frágil, sino poderosa. Su toque no lo contaminaba: nos sanaba.

A diferencia de los sacerdotes que temían la contaminación, Jesús (nuestro Sumo Sacerdote) entró en nuestro quebrantamiento con compasión divina. Él tabernaculó entre nosotros, no para evitar nuestra contaminación, sino para soportarla y limpiarnos.

¿Y ahora? “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres” (Apocalipsis 21:3). Jesús no solo moró entre nosotros, sino que ahora mora en nosotros. Somos santificados por su sacrificio único, y nuestras propias vidas se han convertido en su templo (1 Corintios 3:16). Ya no necesitamos ir a un lugar para encontrarnos con Dios. En Cristo, Dios nos ha convertido en su morada.

¿Qué clase de amor es este, que el Santo no solo se acerca, sino que entra en nosotros?

Share this post: