La vida cristiana nunca prometió ser fácil. De hecho, las Escrituras nos advierten repetidamente que esperemos dificultades. Los creyentes a quienes se dirige la carta a los Hebreos ya habían sufrido mucho: fueron burlados, difamados, encarcelados y despojados injustamente de sus propiedades (Hebreos 10:32-34). Soportaron el sufrimiento junto con otros, y lo hicieron con alegría, porque sabían que tenían «una posesión mejor y duradera».
Y, sin embargo, el autor de Hebreos les ruega que no se rindan. ¿Por qué? Porque la tentación de desviarse, de retroceder, de alejarse cuando las cosas se ponen difíciles, siempre está presente. Nosotros nos enfrentamos a la misma tentación. Hoy en día, muchas voces predican una fe que promete facilidad, riqueza y comodidad. Pero ese tipo de mensaje fracasa cuando llega la vida real, cuando se pierde el trabajo, cuando llega el diagnóstico malo, cuando las oraciones parecen no ser respondidas.
La verdadera fe no es simplemente creer en la existencia de Dios, sino credele a Dios, confiar en que lo que Él ha dicho, lo hará sin duda (Hebreos 11:6; Santiago 2:19). Este tipo de fe se aferra a Cristo cuando todo lo demás se tambalea. Cree que el sufrimiento presente no es sin sentido, sino que produce ‘produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria’ (2 Corintios 4:17-18). Como escribe Pablo, “si es que padecemos juntamente con [Cristo] para que juntamente con él seamos glorificados”(Romanos 8:17).
Este es el corazón de Hebreos: Cristo es mejor. Él es el mejor Sumo Sacerdote, que intercede por nosotros (Hebreos 4:14-16). Él es el mejor sacrificio, cuya sangre realmente limpia (Hebreos 10:14). Él trae un mejor pacto, basado en mejores promesas (Hebreos 8:6). En Él, tenemos acceso al trono de la gracia (Hebreos 10:19-22), y no nos acercamos temblando de miedo, sino con valentía y confianza.
Esa confianza nos llama a la acción. “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos… exhortándonos” (Hebreos 10:24-25). Como creyentes, debemos caminar juntos. El sufrimiento aísla, pero la comunidad centrada en Cristo nos llama de vuelta.
Así que perseveramos, no solos, no sin esperanza, sino con fe. Como declaró el profeta, y como repite Hebreos: “el justo vivirá por fe” (Habacuc 2:4; Hebreos 10:38). Somos aquellos que no retrocedemos, incluso cuando duele. Incluso cuando la obediencia es costosa. Incluso cuando el camino parece largo. Porque aquel que prometió es fiel (Hebreos 10:23).
Y por eso no nos cansamos de hacer el bien (Gálatas 6:9). No dejamos que nuestras manos se debiliten, ni que nuestros corazones se enfríen. En cambio, nos acercamos a Dios, una y otra vez. Porque Él es nuestro rescate, nuestro gozo, nuestro descanso. Y aunque este camino es estrecho, conduce a la vida.
Elige hoy seguir adelante con fe. No te desvíes. No mires atrás. No creas las mentiras que dicen que Dios te ha olvidado o que tu fe es en vano. Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.
¡Persevera! Jesús es mejor. Siempre.