Enoc es una de las figuras más enigmáticas de las Escrituras. Al igual que Abel, nunca pronuncia una palabra en el testimonio bíblico, pero su vida sigue hablando. Se nos dice que Abel sigue hablando a través de su muerte (Heb. 11:4). Enoc habla a través de su vida, una vida que no terminó en la muerte en absoluto. Juntos dan testimonio: la verdadera fe, ya sea en el sacrificio o en el caminar con Dios, es el camino hacia la vida eterna.
El autor de Hebreos explica que Enoc agradó a Dios, y la única forma en que eso podría ser cierto es si Enoc vivió por fe. No solo creyendo que Dios existe, sino creyendo en Dios mismo, creyendo en sus promesas, confiando en su carácter y viviendo cada día como si esas promesas invisibles fueran reales y ciertas.
Se nos dice que Enoc «caminó con Dios» (Génesis 5:24) y que Dios «lo tomó». Esta es una imagen de lo que significa vivir eternamente, no a partir de la muerte, sino a partir de una nueva vida ahora. Jesús dijo: «El que cree tiene vida eterna» (Juan 6:47). E incluso si morimos, estamos vivos (Juan 11:25-26). La vida eterna no es algo que esperamos. Es algo que vivimos, hoy, por la fe.
Para acercarnos a Dios, no debemos vivir como si el pecado aún nos definiera, sino como aquellos que han resucitado con Cristo (Efesios 2:1-6, Colosenses 3:1-4). La vida de Enoc nos llama a caminar con Dios, a vivir a la luz de las promesas. Se une a Abel como testigo, uno desde la muerte, otro desde la vida, ambos declarando que aquellos que creen en Dios no perecerán.
Vive por la fe. Deja que tu vida hable. Enoc, nuestro segundo testigo de la fe, sigue hablando a través de su vida. Que tengamos oídos para escuchar.