Cuarenta años habían pasado desde el Éxodo. La generación que había cruzado el Mar Rojo había desaparecido. Sus hijos (los que habían crecido en el desierto, alimentados con maná y con historias sobre el poder de Dios) eran ahora los llamados a tomar posesión de la Tierra Prometida. ¿Su primera prueba? Marchar en silencio alrededor de la ciudad amurallada de Jericó durante siete días, confiando en que Dios derribaría los muros.
Qué orden tan inusual. Sin espadas desenvainadas. Sin armas de asedio. Solo pasos de obediencia. Pero por la fe, esas murallas cayeron.
Esta segunda generación de israelitas es un testimonio del tipo de fe que no solo recuerda lo que Dios ha hecho, sino que avanza hacia lo que Dios ha prometido. Heredaron la bendición de la liberación de sus padres, pero tuvieron que caminar en obediencia por sí mismos.
Nosotros también somos herederos. Vivimos en un mundo profundamente marcado por los efectos del Evangelio. Ideas como la dignidad humana, la compasión y la justicia se han defendido gracias a la venida de Cristo. Sin embargo, con el tiempo, las bendiciones pueden convertirse en algo secundario. Lo milagroso puede empezar a parecer mundano. Podemos llegar a ser como aquellos israelitas que encontraban aburrido el maná y empezaron a añorar Egipto.
Eclesiastés nos advierte: “Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría “ (Eclesiastés 7:10). Dios no nos ha llamado a la nostalgia, sino a la obediencia (Filipenses 3:14). Cada generación debe levantarse con fe y librar sus batallas. La misión de Dios continúa. Todavía hay muros que derribar, muros de incredulidad, injusticia, pecado, desesperación, orgullo y miedo. No los derribamos con fuerza o estrategia, sino con fe. Caminando cuando Dios dice que caminemos. Confiando cuando el mundo dice que demos media vuelta (Proverbios 3:5-6). Proclamando el Evangelio de Jesús, en quien toda fortaleza es derrotada.
Recordemos las bendiciones que hemos recibido y avancemos en obediencia, confiando en que todo muro caerá para la gloria de Su nombre.
La segunda generación de israelitas sigue hablando como testigos de una fe que avanza hacia las promesas de Dios. Que tengamos oídos para oír.