Después de animarnos a soportar el sufrimiento mirando a Jesús, el autor de Hebreos ofrece otra perspectiva: la disciplina de Dios es una prueba de nuestra adopción. Aunque es reconfortante recordar que Jesús sufrió y está con nosotros en nuestras pruebas (Heb. 12:2-4), también es motivo de reflexión darse cuenta de que el sufrimiento en sí mismo puede ser el entrenamiento de un Padre amoroso que moldea a sus hijos.
Nos encanta la idea de ser llamados “hijos de Dios”. Pero el autor no nos deja quedarnos ahí. Nos recuerda que la filiación incluye la disciplina. Proverbios 3:11-12, que cita Hebreos, dice claramente: “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, Ni te fatigues de su corrección; Porque Jehová al que ama castiga, Como el padre al hijo a quien quiere”. La corrección de Dios, aunque dolorosa, es una expresión de su afecto.
Esto desafía la idea moderna del amor como mera afirmación. El amor bíblico se niega a dejarnos en el pecado. Hebreos 12:8 lo deja claro: si no somos disciplinados, entonces no somos verdaderos hijos. Dios no es como el mundo, que “deja que la gente sea” en su rebelión. Como advierte Romanos 1, Dios “los entregó” a sus pecados; esto no es amor, sino juicio. La ausencia de corrección es abandono, no gracia.
Por el contrario, Dios nos entrena como sus hijos amados. La palabra griega para disciplina, paideia, no solo significa castigo, sino instrucción, formación, corrección. Dios no actúa como un juez contra nosotros, sino como un Padre que quiere que crezcamos.
Jesús mismo fue un modelo perfecto de esto. En Juan 5:19 dijo que “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre”. Su vida se caracterizó por la obediencia y la sumisión. Si el Hijo perfecto obedeció al Padre, ¿podemos esperar desobedecer sin consecuencias?
Jesús también habló en Juan 15:2 sobre cómo el Padre poda las ramas fructíferas, no para dañarlas, sino para que den más fruto. La disciplina no consiste en apartarnos de la gracia, sino en hacer que la gracia crezca más profundamente en nosotros. Como dice Apocalipsis 3:19: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete”.
Este proceso rara vez es cómodo. Hebreos 12:11 admite: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”. El propósito de Dios no es el dolor, sino la justicia.
Por lo tanto, no despreciemos la disciplina. No nos cansemos ni malinterpretemos nuestras dificultades. Más bien, recibámoslas como evidencia de que somos hijos: amados, cuidados y refinados. Como nos recuerda Romanos 8:29, el objetivo de Dios es conformarnos a la imagen de su Hijo.
Mientras aún sea llamado hoy, prestemos más atención, soportemos la disciplina y confiemos en que Aquel que nos llama es fiel. Él no nos está abandonando, sino que nos está haciendo crecer.