El escritor de Hebreos anima a sus lectores a recordar lo que ya han recibido. No se han acercado al monte Sinaí, un lugar de temor y distancia, donde aun Moisés dijo: “Estoy espantado y temblando” (Hebreos 12:21; Éxodo 19:16–25). El Sinaí representaba un pacto de ley y separación, con una advertencia clara: ¡No se acerquen! Pero ahora nos hemos acercado al monte de Sion, la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial. Esto no es solo una esperanza futura, es una realidad espiritual presente que se nos concede por medio de Cristo.
No estamos fuera de las puertas. No se nos dice que nos mantengamos alejados. Hemos sido traídos a la asamblea de los primogénitos inscritos en los cielos, al júbilo de los ángeles, a Dios el Juez de todos, y a Jesús el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel (Hebreos 12:22–24; Génesis 4:10). Esa sangre no clama venganza, sino misericordia. En Cristo, no estamos esperando ser aceptados: ya somos aceptados. No pedimos acceso: ya tenemos acceso (Hebreos 4:16; 10:19–22).
Esta es la ciudad que Abraham anhelaba, “la que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10). Él la vio desde lejos. Nosotros ahora caminamos por sus calles en el Espíritu. Apocalipsis 21 declara que esta misma ciudad desciende del cielo, la Nueva Jerusalén, donde Dios habita con Su pueblo. Lo que Hebreos enseña es que este descenso ya ha comenzado. La Iglesia, habitada por el Espíritu Santo (Efesios 2:22; 1 Corintios 3:16), es el primer anticipo de la ciudad venidera: un pueblo en el cual Dios ya mora.
Con frecuencia hablamos del “ya pero todavía no” como si el énfasis estuviera en lo que falta. Pero Hebreos insiste en que el “ya” es el fundamento de nuestra perseverancia. No corremos hacia la esperanza como si estuviéramos vacíos. Corremos porque ya hemos sido sentados en los lugares celestiales con Cristo (Efesios 2:6). No vivimos como quienes están fuera esperando permiso para entrar, vivimos como ciudadanos de Sion. No estamos escalando el monte del Señor; ya vivimos en él.
Acércate confiadamente al trono, no porque tú seas especial, sino porque Cristo es mejor. Mejor que el Sinaí. Mejor que el ritual. Mejor que el temor. Y por medio de Él, ya has llegado a Sion.