Dios nos llama a recordar a aquellos que nos han guiado tanto en enseñanza como en ejemplo. Los líderes en la iglesia—ya sean pastores, maestros o ancianos—llevan sobre sí una responsabilidad de gran peso. Predicar el evangelio es un acto de fe. Apacentar al rebaño es un acto de fe. Vivir una vida honorable delante de Dios y de los hombres es un acto de fe.
Algunos de los líderes de la iglesia primitiva a los que se refiere el escritor de Hebreos ya habían muerto, pero su fe aún hablaba a través de su ejemplo. De la misma manera, tenemos una herencia de fe que se extiende desde los santos del Antiguo Testamento hasta los apóstoles, pasando por dos milenios de historia de la iglesia, y llegando hasta nuestras congregaciones hoy. Estos hombres y mujeres, aunque imperfectos, nos mostraron que seguir a Dios puede ser difícil, pero siempre vale la pena.
Nuestro llamado es doble: orar por nuestros líderes e imitar su fe. Esto significa considerar cómo confían en Dios en medio de las pruebas, cómo aman a Su pueblo y cómo se aferran a la verdad. La historia de la iglesia no es simplemente un registro histórico interesante: es nuestro árbol genealógico espiritual. Que podamos mirar su ejemplo, fortalecernos en nuestro propio caminar y dar a nuestros líderes el ánimo que necesitan para seguir corriendo la carrera con perseverancia.