El autor de Hebreos nos llama a una obediencia llena de fe hacia los líderes que Dios ha puesto sobre nosotros. No se trata de una lealtad ciega, sino del reconocimiento de que el liderazgo en la iglesia fluye de Cristo mismo, el Gran Pastor (Hebreos 13:20; Apocalipsis 7:17). Como nos recuerda Filipenses 2:5–11, Aquel que se humilló a sí mismo como siervo ahora es exaltado sobre todo nombre. Él sigue perfectamente al Padre (Juan 5:19), y a su vez, los líderes son llamados a seguir el ejemplo de Cristo (1 Pedro 5:2–4), convirtiéndose en faros vivos de fe.
Esta es una cadena de imitación: el Hijo refleja al Padre, los líderes reflejan al Hijo, y nosotros, al seguir a líderes piadosos, honramos a Cristo (Juan 5:23) y al Padre. Pero a quien mucho se le da, mucho se le demandará (Lucas 12:48). Los líderes llevan una gran responsabilidad, siendo responsables ante Dios por el cuidado de las almas (Ezequiel 33:7–9; Santiago 3:1). Su llamado es un honor dependiente—su autoridad proviene de la autoridad de Cristo, y su ejemplo debe ser un sacrificio vivo (Romanos 12:1) que nos dirija hacia “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Judas 3).
Para la iglesia, la obediencia no es pasiva. Es fe activa—confiar en Dios al confiar en aquellos que Él ha designado—mientras también mantenemos a los líderes en el estándar de la justicia de Cristo. Por eso el autor urge oración por los líderes, para que su conciencia permanezca limpia, su conducta honorable y su fe firme (Efesios 6:18–20; Colosenses 4:3–4).
En un mundo que valora el individualismo radical, el evangelio nos llama a una comunidad de mutua sujeción (Efesios 5:21), unidos por la voz del Pastor. Cuando los líderes siguen a Cristo y nosotros les seguimos, el rebaño avanza unido hacia el gozo del reino de Dios.