Pedro nos recuerda que nuestras pruebas no son al azar sino con propósito: demuestran que nuestra fe es genuina. El oro es probado con fuego porque es valioso. Nadie refina la madera en un horno. Y sin embargo, aun el oro perece, mientras que la fe refinada en medio del sufrimiento permanece para siempre. Esto es porque la fe, a diferencia del oro, no es mera sustancia material, sino amor en acción, nuestra obediencia a Cristo en confianza.
Jesús mismo le enseñó esto a Pedro. Cuando el Señor resucitado le preguntó: “¿Me amas?” Pedro respondió que Jesús ya conocía su corazón (Juan 21:15–17). Pero Cristo no se conformó con un afecto interno—le mandó: “Apacienta mis ovejas.” Luego le anunció que esa obediencia en amor lo llevaría un día a la muerte en servicio a su Maestro (Juan 21:18–19). El amor a Jesús se prueba no con sentimientos, sino con una fe que obedece, aun cuando nos cueste todo (Juan 14:15).
Así también con nosotros. Cada día la realidad misma pregunta: “¿Qué eres?” Y cada día nuestras acciones, en obediencia a Jesús, responden: “Soy un hijo de Dios.” La fe probada por las pruebas demuestra quiénes somos. Como dice Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Nuestra identidad se revela en la obediencia nacida del amor.
Esta obediencia no es una carga sin gozo. Pedro dice que nos “alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8). Este gozo es el mismo que llevó a Jesús a la cruz—“el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2). Es el gozo de los hijos hallados dignos de participar en los padecimientos de Cristo (Hechos 5:41; Romanos 8:17).
La fe refinada en el horno de las pruebas se vuelve radiante, señalando hacia el día de la manifestación de Cristo. Y cuando Él sea revelado, nuestra fe probada resultará “en alabanza, gloria y honra” (1 Pedro 1:7). Lo que el oro no puede lograr, Dios lo cumple en nosotros: una fe probada que asegura “la salvación de vuestras almas” (1 Pedro 1:9).
Así que alegraos, aun en medio del dolor. El fuego no está allí para destruirte, sino para demostrar que eres suyo.