En 1948, durante el régimen comunista en Rumanía, el pastor luterano Richard Wurmbrand fue arrestado por predicar a Cristo en un estado que se declaraba ateo. Más tarde relató:
“Estaba estrictamente prohibido predicar a los demás prisioneros. Quien fuera sorprendido haciéndolo recibía una severa golpiza. Varios de nosotros decidimos pagar el precio por el privilegio de predicar. Aceptamos sus términos: nosotros predicábamos y ellos nos golpeaban. Nosotros éramos felices predicando; ellos eran felices golpeándonos. Así que todos estaban felices.”
Esta historia refleja el mandamiento paradójico de Pedro: vivir como personas libres sometiéndose a la autoridad. Pedro no llama a los creyentes a la rebelión, sino a una lealtad más profunda: a Dios mismo. Incluso los gobernantes injustos han sido puestos por Dios (Dn 2:21; Ro 13:1–2). La sumisión no es una rendición pasiva, sino un acto de adoración que demuestra confianza en la soberanía de Dios.
La vida de Pedro da peso a sus palabras. El mismo que sacó la espada (Jn 18:10) y reprendió a Jesús (Mt 16:22), ahora exhorta a los creyentes a seguir el ejemplo de Cristo: “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pe 2:23). La sumisión no significa silencio. Hch 5:29 nos recuerda que debemos obedecer a Dios antes que a los hombres, aunque nos cueste caro.
La historia confirma esta verdad: los reinos que persiguieron al pueblo de Dios: Babilonia, Roma, los regímenes soviéticos, han caído. Solo el reino de Dios permanece (Dn 7:14). Nuestro testimonio fiel, incluso bajo opresión, se convierte en la prueba moral de una nación. Nos sometemos a los gobernantes no porque sean perfectos, sino porque Cristo reina sobre ellos. Nuestra actitud hacia la autoridad revela si realmente confiamos en el gobierno de Dios.
¿Estamos dispuestos a seguir el ejemplo de Cristo, soportando la injusticia con valentía, proclamando la verdad sin rebelión? La verdadera libertad no se encuentra en derrocar gobiernos, sino en vivir como siervos del Rey cuyo reino no tiene fin.