Pedro comienza con “Asimismo,” recordándonos que esta enseñanza fluye de lo anterior: Dios refina a su pueblo por medio de las pruebas, haciendo que su fe sea más preciosa que el oro (1 P. 1:6–7). Así como los siervos fueron llamados a soportar amos injustos y los ciudadanos a honrar a los gobernantes, aun cuando fueran severos, de la misma manera las esposas casadas con maridos incrédulos son llamadas a brillar como luces en la oscuridad.
Este pasaje ha sido mal usado en la historia para excusar el maltrato. Pero Pedro no está respaldando el abuso. La Escritura es clara: los maridos deben honrar a sus esposas como coherederas (1 P. 3:7), y un hombre que no ama a su esposa como Cristo amó a la iglesia (Ef. 5:25) peca contra Dios. Lo que Pedro urge aquí es un testimonio cristiano. Si una mujer llega a la fe mientras está casada con un marido incrédulo, su vida puede convertirse en un sermón viviente. Por su humildad, pureza y belleza interior, refleja la mansedumbre y fortaleza de Cristo mismo, quien sufrió sin devolver mal por mal (1 P. 2:23).
El verdadero adorno no es externo sino interno, “el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible.” Esto no es debilidad, sino fuerza arraigada en Dios. Como dice Proverbios 31:30: “Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada.” Como Sara, las santas mujeres de antaño esperaban en Dios y hallaban valor para hacer el bien sin temor (Prov. 3:25–26).
Para las esposas de hoy, esto significa que su conducta llena de fe no es en vano (Rom 8:18). Aun si su esposo todavía no cree, Dios puede usar su vida como una lámpara en medio de su oscuridad. Al reflejar la humildad de Cristo y confiar en el Señor en medio de las pruebas, ustedes muestran la belleza que el cielo más valora.