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Devocional 05 Septiembre 2025

September 05, 2025 • Steve Torres

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"Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo." (1 Pedro 3:7, RVR1960)

Pedro continúa sus exhortaciones con la palabra “igualmente.” Ya había hablado a los siervos (2:18–25) y a las esposas (3:1–6), y ahora se dirige a los maridos. Esta palabra indica que no está cambiando de tema, sino siguiendo con la misma línea: el testimonio cristiano se demuestra al resistir los deseos de la carne. La vida cristiana nos llama a vivir de manera distinta, aun cuando nuestras inclinaciones naturales, marcadas por la Caída, nos empujan en dirección contraria.

Desde Génesis 3 vemos cómo el pecado corrompió la relación matrimonial: el deseo de la mujer sería contrario a su marido, y la respuesta del hombre sería dominarla (Gn. 3:16). Las exhortaciones de Pedro enfrentan directamente estas distorsiones. A las esposas les dice que no se adornen con belleza exterior para manipular, sino que confíen en Dios y se adornen con un espíritu afable y apacible (1 P. 3:3–6). Igualmente, a los maridos les manda no usar su fuerza física para dominar a sus esposas, sino honrarlas, vivir con ellas sabiamente y recordar que son coherederas de la gracia de la vida.

Esta igualdad delante de Dios es fundamental. Como dice Pablo: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gá. 3:28–29). Marido y esposa son igualmente herederos de la vida eterna. Pero la igualdad no borra la diferencia. Cada uno enfrenta tentaciones distintas por causa de la Caída: la esposa puede ser tentada a controlar, y el esposo a aplastar. Pedro instruye a ambos a resistir el pecado y reflejar a Cristo en su papel.

Para los maridos, esto significa que la verdadera fuerza no se mide por el dominio exterior. Como recuerda Proverbios 16:32: “Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad.” La verdadera fortaleza se muestra en paciencia, mansedumbre y dominio propio. El modelo es Cristo mismo, quien siendo Creador y Señor, se humilló tomando forma de siervo (Fil. 2:5–11). Su victoria no fue por conquista violenta, sino por obediencia al Padre, hasta la muerte. “Confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

Así, un marido que honra a su esposa muestra la fuerza de Cristo. Reconoce la fragilidad física de ella no como oportunidad para ejercer poder, sino como llamado a mostrar mansedumbre y cuidado, reflejando cómo Cristo nos sostuvo en nuestra debilidad (Ro. 15:1–3). Fallar en esto no es un asunto pequeño, Pedro advierte que estorba la oración. Así como Jesús enseñó que la falta de perdón interrumpe la comunión con el Padre (Mt. 6:14–15), el maltrato a la esposa bloquea la comunión con Dios.

El matrimonio, entonces, es un testimonio viviente del evangelio. Esposas y maridos resisten la maldición en formas distintas, pero ambos señalan a Cristo, quien es preeminente en todo (Col. 1:18). Así, el hogar mismo se convierte en un testigo de que la gracia de Dios ha vencido al pecado.

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