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Devocional 08 Septiembre 2025

September 08, 2025 • Steve Torres

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“No devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición. Porque:El que quiere amar la vida Y ver días buenos, Refrene su lengua de mal, Y sus labios no hablen engaño; Apártese del mal, y haga el bien; Busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, Y sus oídos atentos a sus oraciones; Pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal. ¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien? Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo. Porque mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal. (1 Pedro 3:9–17, RVR1960)

Pedro nos muestra que la vida cristiana habla con dos voces: nuestra conducta y nuestra confesión. Primero, nuestra conducta demuestra que Cristo es mejor. Cuando se nos hace mal, no respondemos con mal. Cuando se nos insulta, bendecimos. Esto refleja el camino de Jesús, quien “cuando le maldecían, no respondía con maldición” (1 Pedro 2:23). Al negarnos a reflejar la hostilidad del mundo, mostramos la realidad de una nueva vida dentro de nosotros. Como dice Pablo: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:21).

Pero Pedro también deja claro que nuestra conducta sola no basta. Nuestra confesión debe seguir. “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (v. 15). La defensa (apología) no es un discurso de tribunal, sino la disposición diaria del creyente para explicar por qué tenemos esperanza en Cristo, aun en el sufrimiento. No se trata de ganar argumentos, sino de dar testimonio del Señor resucitado.

Sin embargo, notemos cómo insiste Pedro en que esto se haga: “con mansedumbre y reverencia.” Nuestras palabras deben coincidir con la gracia de nuestras vidas. La dureza puede traicionar el mismo evangelio que proclamamos. La mansedumbre no es debilidad; es fuerza bajo control, moldeada por Cristo, “manso y humilde de corazón” (Mateo 11:29). La blanda respuesta quita la ira (Proverbios 15:1), y la palabra sazonada con gracia hace que la verdad sea hermosa (Colosenses 4:6).

En la conducta y en la confesión, en la bendición y en la defensa, mostramos que Cristo es mejor. Y cuando venga el sufrimiento, nos encomendamos a Dios, sabiendo que “mejor es que padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo el mal” (v. 17).

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