Pedro una vez dijo que Pablo escribió “algunas cosas difíciles de entender” (2 Pe. 3:16). Sin embargo, aquí Pedro nos da un pasaje igualmente profundo y simbólico, que nos exige meditar con cuidado. Pero al hacerlo, vemos el punto central: la resurrección de Cristo es la bisagra de la historia, transforma lo que destruye al mundo en lo que salva al creyente.
Pedro comienza con el mismo Evangelio: Cristo, el justo, sufrió por los injustos para llevarnos a Dios. Muerto en la carne, pero vivificado en el Espíritu. Esa vida de resurrección es el centro de todo lo demás. Sin ella, el diluvio solo habría ahogado y el fuego solo habría consumido. Con ella, el diluvio se convierte en salvación y el fuego en refinamiento.
Luego nos lleva a los días de Noé. El diluvio vino como juicio sobre los impíos, pero como salvación para Noé y su familia en el arca. Las mismas aguas que destruyeron al mundo sostuvieron al arca en lo alto. Pedro dice que el bautismo corresponde a esto, no el rito externo de lavarse, sino la aspiración de una buena conciencia hacia Dios por medio de Cristo. El bautismo no salva por el agua en sí, sino por lo que señala: la unión con Cristo en su muerte y resurrección (Rom. 6:3–4).
Este doble filo atraviesa toda la carta. Ya ha hablado de pruebas que examinan la fe “como oro probado en fuego” (1 Pe. 1:7). El mundo tropieza con Cristo como piedra de tropiezo, pero para nosotros es la piedra angular (1 Pe. 2:6–8). Así también, el diluvio condenó al mundo, pero salvó a Noé. El fuego del juicio consume a los impíos, pero purifica a los fieles.
Jesús mismo dijo que sería como en los días de Noé (Mt. 24:37–39). La gente comía y bebía, sin darse cuenta hasta que vino el diluvio y “se los llevó a todos.” Los que fueron “llevados” fueron los que cayeron bajo juicio; los fieles permanecieron, seguros en la provisión de Dios. Esto revierte el temor de ser “dejado atrás.” Mejor ser dejado en Cristo, como Noé lo fue, que ser arrastrado por el juicio.
Cristo es nuestra Arca. Él soportó el diluvio del juicio, y por su resurrección nos lleva a Dios. El mismo fuego que consume a sus enemigos prueba que nosotros somos su pueblo. Este mensaje es tanto advertencia como seguridad. Para el mundo, Cristo es piedra de tropiezo, y su regreso será destrucción. Para nosotros, es refugio, fundamento y Arca.
Así que cuando las aguas suban y el fuego arda, no temas. Porque Cristo ha resucitado, está sentado a la diestra de Dios, y toda potestad le está sujeta. Si estamos en Él, entonces el juicio que aterroriza al mundo es el mismo diluvio que nos lleva a casa.