Pedro hace algo que nos puede resultar incómodo: llama al sufrimiento cristiano juicio. Muchos predicadores evitan esta palabra porque suena dura, pero Pedro es claro: Dios comienza Su obra de juicio con Su propio pueblo. Esto no significa condenación, porque “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1). Más bien, es la disciplina refinadora de un Padre que ama a Sus hijos (Heb. 12:6–7). Como dice Malaquías, Dios “se sentará para afinar y limpiar la plata” para que Su pueblo ofrezca culto en justicia (Mal. 3:3).
El argumento de Pedro se construye sobre esta verdad: toda la humanidad debe enfrentar a Dios. Él es santo y no tolerará el pecado (Hab. 1:13). Esto significa que el juicio es inevitable. Para los que están fuera de Cristo, será un fuego consumidor (Heb. 10:26–27). Pero para los que pertenecen a Cristo, se convierte en un fuego refinador que quema lo pecaminoso y deja sólo lo que refleja Su santidad (1 Ped. 1:6–7). De esta manera, el sufrimiento no es evidencia del rechazo de Dios, sino de Su amor que refina.
Pedro cita Proverbios 11:31 (LXX): “Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?” El punto no es que la salvación sea incierta, sino que llega a través de prueba y fuego. Dios no deja a Su pueblo como está. Él purga, disciplina y conforma a Su Hijo (Rom. 8:29). Por eso Juan dice: “cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3:2).
La imagen de Cristo como el Arca nos ayuda a entender esto. Pedro ya conectó el Arca de Noé con el bautismo (1 Ped. 3:20–21). Así como las aguas ahogaron al mundo pero salvaron a los que estaban en el Arca, así el juicio refina en Cristo o destruye fuera de Él. O enfrentamos el juicio de Dios ahora en Cristo, donde nuestros pecados son quemados y nuestras vidas transformadas en santidad, o enfrentaremos el juicio después sin Cristo, donde no habrá refugio.
Por lo tanto, Pedro concluye: “De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien” (v.19). Nuestro llamado en el sufrimiento no es la desesperación sino la confianza. Jesús mismo encomendó Su espíritu al Padre en Su último aliento (Luc. 23:46). Pablo declaró: “yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Tim. 1:12). El fiel Creador es tanto Refinador como Guardador. Mientras soportamos pruebas, podemos descansar seguros en Sus manos, perseverando en hacer el bien (Gál. 6:9), sabiendo que el fuego no nos consumirá, sino que nos purificará hasta que sólo Cristo permanezca.