Pedro cierra su carta no con palabras elevadas de teología, sino con el calor de una familia espiritual. Esto es más que doctrina en una página: es una carta llevada por Silvano, un hermano fiel (Hechos 15:32, 40), a personas reales que compartían la fe y las pruebas de Pedro. Les recuerda: “esta es la verdadera gracia de Dios, en la cual estáis” (v. 12). Después de todas las exhortaciones y advertencias, Pedro lo resume así: la gracia nos sostiene, por lo tanto, aférrense a ella con todas sus fuerzas.
La mención de “la iglesia que está en Babilonia” (v. 13) tiene peso. Ya sea que Babilonia señale a Roma o, como también lo sugiere Apocalipsis, a Jerusalén (Ap 11:8; 17:5–6), el efecto es el mismo: aun en un lugar de hostilidad y tribulación, Dios tiene a Sus escogidos. El hecho de que Pedro no nombra a esta hermana puede ser un acto de protección en tiempos de persecución, pero sus lectores sabrían quién era. Necesitaban el consuelo de saber que ella también permanecía firme. La tribulación podía separar geográficamente a los creyentes, pero sus saludos les recordaban que pertenecían a la misma familia de Dios.
Pedro también menciona a Marcos, mi hijo (v. 13). Este es Juan Marcos, una vez compañero de Pablo y Bernabé (Hech 12:12, 25), quien había fallado en el pasado pero fue restaurado (2 Ti 4:11). Pedro lo llama hijo, mostrando un lazo de discipulado y amor. Silvano es llamado hermano fiel, Marcos hijo espiritual, y toda la iglesia es tratada como familia. El cierre de Pedro muestra que el cristianismo no es un camino individual, sino un hogar de fe (Ef 2:19).
Finalmente, Pedro manda: “Saludaos unos a otros con ósculo de amor. Paz sea con todos vosotros los que estáis en Cristo Jesús” (v. 14). En medio de la persecución, la marca definitoria de la iglesia debía ser el amor (Jn 13:34–35). Este ósculo no era solo una práctica cultural; era un recordatorio visible de que en Cristo compartían un mismo Espíritu, una misma esperanza, una misma familia. Y su bendición final, paz en Cristo, hace eco de las palabras de Jesús: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Jn 14:27).
Las últimas palabras de Pedro no son teología abstracta, sino verdad vivida: la gracia es real, la familia es real, el amor es real, y la paz en Cristo es real. Permanezcan firmes en estas cosas, sin importar dónde estén esparcidos.