Pedro no pierde tiempo en esta segunda carta. Comienza identificándose tanto como siervo como apóstol de Jesucristo. El orden importa. Fue llamado y discipulado personalmente por Jesús (Marcos 1:16–17), pero primero se inclina como siervo antes de reclamar autoridad como apóstol. Esta humildad fortalece, no debilita, su autoridad. Como también escribe Pablo, la verdadera autoridad en Cristo nunca se trata de exaltarse a uno mismo, sino de servir a los demás (Filipenses 2:5–7).
Esta autoridad humilde contrasta claramente con los falsos maestros que Pedro confrontará más adelante. Ellos se jactan de su conocimiento especial, presentándose como superiores. Pero Pedro inmediatamente desmantela su afirmación: todos los creyentes han “alcanzado una fe igualmente preciosa” por medio de la justicia de Jesucristo. No hay un nivel más alto de fe, ni un círculo interno de conocimiento secreto. Pablo repite esta misma verdad: “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3:28). El terreno al pie de la cruz es perfectamente nivelado.
Lo que hace posible esta igualdad no es la sabiduría humana ni el esfuerzo moral, sino la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo (Filipenses 3:9). Esta justicia es imputada, no ganada; recibida, no lograda. Cualquier maestro que se eleve por encima de los demás niega este mismo fundamento del evangelio.
Finalmente, Pedro ora para que la gracia y la paz sean multiplicadas “en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús.” El conocimiento es central en esta carta, pero el verdadero conocimiento no es superioridad intelectual ni códigos secretos, es relacional: conocer a Dios por medio de Cristo (Juan 17:3). Los falsos maestros pueden ofrecer arrogancia que envanece (1 Corintios 8:1), pero Pedro ofrece gracia y paz que edifican, multiplicándose mientras caminamos con Cristo.
Pedro abre con humildad, autoridad y verdad del evangelio al mismo tiempo. Nos recuerda: en Cristo, ningún creyente está por encima de otro. Compartimos la misma fe, la misma justicia y el mismo Señor. Contra toda falsa pretensión, esta es la verdad inquebrantable.