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Devocional 24 Septiembre 2025

September 24, 2025 • Steve Torres

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“Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. 9Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados.” (2 Peter 1:8-9, RVR1960)

Pedro nos recuerda que la gracia de Dios no es pasiva. El perdón y la limpieza que hemos recibido en Cristo nunca tienen la intención de dejarnos sin cambio. Más bien, nos llaman a una vida de crecimiento y de fruto. Él escribe: “Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro 1:8). Las “cosas” a las que se refiere, fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y amor (vv.5–7), no son extras opcionales. Son la misma evidencia de una fe viva.

Si estas virtudes están presentes, no estaremos estériles, sino fructíferos en nuestro conocimiento de Cristo. Jesús mismo dijo: “El que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). El crecimiento y el fruto son la prueba de que permanecemos en Él. Por otro lado, Pedro advierte que el que carece de estas cosas es corto de vista, ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados (2 Pedro 1:9). El olvido de la gracia lleva a la estancación y al orgullo.

Esta ceguera se parece al error de los falsos maestros que se jactan de libertad mientras siguen siendo esclavos de corrupción (2 Pedro 2:19). Ellos tratan las promesas de Dios como una licencia para la arrogancia en lugar de un llamado a la humildad. Pero la Escritura es clara: “Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:11). Olvidar esta limpieza es vivir como si el sacrificio de Cristo no hubiera tenido efecto.

Para nosotros, el llamado es tanto teológico como práctico. La gracia nos obliga a la diligencia. No es porque seamos mejores que otros que hemos recibido los dones de Dios, sino porque Cristo nos ha hecho suyos (Filipenses 3:12). Por tanto, debemos sostener su gracia con manos abiertas, viviendo estas cualidades en humildad y amor, e invitando a otros a compartir en la vida que se encuentra solamente en Él.

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