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Devocional 27 Septiembre 2025

September 27, 2025 • Steve Torres

2 Pedro 1:16.jpg

“Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo.” (2 Pedro 1:16–18, RVR1960)

Pedro recuerda a sus lectores que el evangelio no descansa en la imaginación humana ni en relatos persuasivos. A diferencia de los falsos maestros que difundían fábulas (2 Pe. 2:1–3), los apóstoles proclamaban lo que habían visto y oído. El mismo Pedro estuvo presente en la Transfiguración (Mat. 17:1–5), donde el Padre declaró desde el cielo que Jesús es su Hijo amado. Este testimonio no fue una interpretación personal de Pedro ni una impresión emocional, sino la voz misma de Dios confirmando la verdad acerca de Cristo.

Esta humildad resalta. Pedro pudo haber reclamado autoridad por su cercanía a Jesús, por su liderazgo en la iglesia primitiva o por sus propias percepciones. Sin embargo, fundamenta su testimonio en la revelación de Dios. Su autoridad no se fabrica a sí misma, sino que es confirmada por el Espíritu. De la misma manera, Pablo escribió que su evangelio no fue enseñado por hombre alguno, sino recibido por revelación de Jesucristo (Gál. 1:11–12). Nuestra fe misma no es producto del esfuerzo humano ni de la inteligencia, sino un don de Dios (Ef. 2:8–9).

La gloria revelada en el monte no fue solamente un momento en la historia, sino un adelanto de la gloria que será revelada en la venida de Cristo (Jn. 17:24). Así como los discípulos oyeron la voz de Dios afirmando al Hijo, así también la fe viene hoy por el oír la palabra de Cristo (Ro. 10:17). La evangelización, entonces, no se trata de elaborar argumentos ingeniosos ni de imitar las filosofías del mundo, sino de dar fiel testimonio de la Palabra eterna e inmutable de Dios (Heb. 4:12).

El testimonio de Pedro nos llama a descansar nuestra fe no en nosotros mismos, sino en el Dios que revela a su Hijo. Al compartir el evangelio, lo hacemos con confianza, no en nuestra capacidad, sino en la voz viva de Dios, que aún declara: “Este es mi Hijo amado.”

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