Pedro acumula ejemplos para mostrar que la justicia de Dios nunca está inactiva. Los ángeles que se rebelaron fueron echados en prisiones de oscuridad (Judas 6; Apocalipsis 20:10). El mundo antiguo pereció en el diluvio, mientras Noé fue guardado como pregonero de justicia (Génesis 6–9; Hebreos 11:7). Sodoma y Gomorra fueron reducidas a cenizas como ejemplo para los impíos (Génesis 19; Judas 7). Sin embargo, Lot, afligido en su alma justa por la maldad de ellos, fue rescatado por la mano de Dios.
La lección es clara: Dios castiga a los impíos y rescata a los piadosos. Nadie escapa de Su juicio. Como Pablo nos recuerda, Dios aun levantó a Faraón, “para mostrar en ti mi poder” (Romanos 9:17). El mal puede parecer triunfar por un tiempo, pero el Señor lo está reservando para el juicio. Al mismo tiempo, Su pueblo nunca es olvidado. Él sabe guardar a los justos en medio de las pruebas (1 Corintios 10:13).
Esta es la sabiduría: “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría” (Proverbios 1:7). Nuestras vidas deben estar fundamentadas en Él, por Él y para Él, “para que en todo tenga la preeminencia” (Colosenses 1:18). El mensaje de Pedro es a la vez sobrio y consolador: el juicio es real, pero también lo es la liberación. Y en el centro está Jesús, “a quien Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos” (Hechos 10:42), y el fiel Libertador de todos los que confían en Él (2 Tesalonicenses 1:7–10).