Pedro abre este capítulo con un recordatorio pastoral: “Amados, esta es la segunda carta que os escribo, y en ambas despierto con exhortación vuestro limpio entendimiento” (2 Pedro 3:1). Él sabe cuán fácilmente los creyentes pueden adormecerse cuando se enfrentan a la oposición, por eso escribe para despertar sus mentes con la verdad. Los llama a recordar las palabras dichas antes por los profetas y el mandamiento del Señor por medio de los apóstoles (v. 2). La Escritura, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, provee la base de estabilidad en tiempos de incertidumbre.
Pedro advierte que vendrán burladores en los postreros días, y luego señala que ya están obrando en su propia generación (vv. 3–4). Los apóstoles entendieron consistentemente los “postreros días” no como un futuro distante, sino como la era inaugurada por la muerte, resurrección y exaltación de Cristo. Como dice Hebreos 1:1–2: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo.” De la misma manera, Pedro mismo declaró en Pentecostés, citando a Joel, que la efusión del Espíritu marcaba la llegada de los postreros días (Hechos 2:17). Nosotros estamos viviendo en esa misma era, esperando el cumplimiento de las promesas de Cristo.
El argumento principal de los burladores es familiar: “¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” (v. 4). Afirman que la historia continúa sin cambios, por lo tanto el juicio de Dios nunca vendrá. Pero su cuestionamiento no surge de una reflexión cuidadosa; Pedro nos dice claramente que proviene de sus propios deseos pecaminosos (v. 3). Todavía escuchamos esta objeción hoy, expresada en diferentes términos: “Si Dios fuera bueno, ¿por qué no ha tratado ya con el mal?” Tales palabras pueden sonar intelectuales, pero Pedro las desenmascara como rebelión.
Lo que los burladores pasan por alto deliberadamente es el historial de juicio de Dios en la historia. Por su palabra los cielos y la tierra fueron formados, y por esa misma palabra el mundo antiguo fue destruido por el diluvio (vv. 5–6; cf. Génesis 7:11–12). El Creador que habló el universo a existencia es el mismo Señor que lo juzgó una vez antes, y Él ha prometido hacerlo de nuevo. Isaías 55:11 nos recuerda: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.”
Así Pedro ancla nuestra esperanza en la autoridad de la Palabra de Dios. Por esa Palabra los cielos y la tierra que existen ahora están “reservados para el fuego, guardados para el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos” (2 Pedro 3:7). La demora no es debilidad ni descuido de parte de Dios, sino paciencia que más adelante se explicará (v. 9). Para el creyente, recordar esta verdad no es meramente teológico, sino resistencia espiritual. Cuando recordamos las promesas de Dios, permanecemos firmes contra los burladores y su burla.
Pedro escribe no para despertar temor, sino para despertar fe. Nuestra estabilidad no descansa en el entendimiento humano, ni en el tiempo que pensamos mejor, sino en la Palabra inmutable del Creador. Aquel que hizo el mundo y lo juzgó con agua traerá Su juicio final con fuego. Hasta ese día, nuestro llamado es recordar, confiar y vivir a la luz de Sus seguras promesas.